Un Dimitrov libre de etiquetas

29 días atrás
Grigor Dimitrov

Hemos tenido que esperar 33 años para ver lo que Grigor tenía dentro. Ha tardado, pero ha merecido la pena.

Grigor Dimitrov es un jugador que lo ha pasado realmente mal en su carrera. Muchísimo. Al punto de que casi lo perdemos. ¿La culpa? La maldita etiqueta de ‘Baby Fed’, que alguien le puso cuando todavía era un júnior.

Lo compararon todo el rato con Roger Federer. Sus similitudes técnicas con el suizo a la hora de ejecutar sus golpes hicieron que recibiera mucha atención en sus inicios. Aquello le hizo tener unos pensamientos que hicieron estragos en la mente inexperta de un chico que aún no había cumplido ni los 20 años. Le hicieron creer algo que todavía no era y que, probablemente, ni siquiera podría llegar a ser.

¿Sus patrocinadores? Los mismos. ¿En prensa? Le hablaban una y otra vez de él. ¿Los aficionados? Siempre los mismos comentarios sobre lo que se parecía a Roger. Una y otra vez. Una y otra vez. Una tras otra.

Al principio, aquello le ruborizaba. Incluso, le gustaba, tal y como confesó en alguna entrevista. Lo que no sabía Grigor es que aquella etiqueta era un regalo envenenado. Llegó un punto en que aquello dejó de tener gracia cuando las expectativas que la gente creó a su alrededor, y las que él mismo sumó, no empezaron a cumplirse.

Porque pasaban los años y el búlgaro no ganaba Grand Slams, y eso hizo que se preguntara muchas cosas en su cabeza. “¿Por qué no gano?”, “¿Por qué no soy como los demás dicen que debo ser?”. Esa etiqueta se convirtió en una losa que a cada año se hacía más grande y más pesada. Le hicieron creer que tenía que ganar 10 Grand Slams antes de los 30, que tenía que dominar el circuito por encima de los demás, y, además, jugando bonito. Todo como Federer.

“No quiero sentir pena por mí mismo”, contaba Dimitrov en una rueda de prensa el año pasado sobre el camino oscuro que recorrió en esa época. “¿He perdido oportunidades? Sí. ¿He cometido errores? Demasiados. Llega un punto en el que acepto todo lo que me han echado encima, lo que he tenido que encarar, y sigo para adelante. Tengo una oportunidad, y cuando la tienes, hay que tratar de aprovecharla”, añadía.

Y vaya si la ha aprovechado.

Hay que ser muy maduro y tener la cabeza muy bien amueblada para cortar las cadenas que otros decidieron poner sobre ti, abrir la mochila y echar a un lado la etiqueta de ‘Baby Fed’, esa maldita etiqueta que te impedía ser tú mismo. Hay que ser muy fuerte mentalmente para darte cuenta que no hay dos personas iguales, que Roger es Roger y que tú eres tú, y que siempre habrá gente que espere algo de ti, pero que tú no puedes responder por las expectativas que la gente se haya creado sobre los demás.

Desde hace meses, veo a un Grigor distinto. Desde finales de la temporada pasada, tiene un aire diferente. Se le ve suelto. Un Dimitrov libre de etiquetas. De repente, cuando parecía que nunca íbamos a poder ver lo que realmente tenía dentro, lo sacó. Hemos tenido que esperar a sus 33 años, pero ha merecido la pena.

Nos empeñamos en correr, en ocasiones. En que todo deba ser rápido. Si no ocurre pronto, ya no podrá ocurrir. A veces, las cosas llegan -o maduran- cuando tienen que llegar. Ni antes ni después. Todo tiene su tiempo y el “tarde” o “temprano” es relativo.

Haberse quitado el peso de esa etiqueta tiene un mérito enorme, porque no es nada fácil hacerlo. En la cuneta, atrás, hay multitud de cuerpos que sucumbieron a los estragos del peso de las etiquetas y las comparaciones. Gente que no lo pudo aguantar. Que no lo superaron. Carreras truncadas que nunca llegamos a conocer.

Hoy, Grigor podrá mirar atrás con orgullo, por ser hoy un hombre más fuerte mentalmente al superar aquello y por demostrarle al mundo lo que tenía dentro. Que él no es quien los demás querían que fuera. Él es, simplemente, Grigor Dimitrov. Distinto. Ni mejor ni peor. Simplemente, distinto y único.

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