“Succession” llegó a su fin y no siempre todo queda en familia

Cuando una serie tan grande llega al final de su emisión en la actualidad, perdemos ese pedacito de la televisión que se heredó de las grandes épocas de la pantalla chica. Succession es la prueba viviente de que esta era -pese a la masividad del streaming- mantiene el alto perfil de las historias en la TV y de su cadena madre, HBO. Es un título que se lanzó como un drama con un poco de todo, pero que finalmente tiene una esencia familiar muy presente.

El décimo y último episodio, titulado “Con los ojos abiertos”, puso fin a la ficción televisiva el 28 de mayo. Llegados a este punto, me propongo avanzar sin spoilers para ahondar en un capítulo que ya se ganó un lugar entre lo mejor de las últimas dos décadas. Mark Mylod, con la venia de Jesse Armstrong, mueve los hilos detrás de las cámaras para encontrar el balance perfecto en esa hora y 28 minutos.

Los hermanos Roy están enfrentados en dos frentes: primero, Kendall (Jeremy Strong) y Roman (Kieran Culkin), quienes se aliaron para evitar la compra de Waystar Royco por parte de GoJo; y en segundo lugar, Shiv (Sarah Snook), la menor de los tres que no pudo encontrar un lugar conveniente para ella entre sus hermanos y decidió dar su apoyo al empresario Lukas Mattson (Alexander Skarsgård) para ser elegida más tarde como CEO en pos de la unión de Waystar y GoJo.

La primera mitad del capítulo número diez hace creer que sólo uno de los hermanos tiene algo que perder y se ve en la necesidad de ceder a los otros para evitar la humillación. Es así que estos minutos transcurren de forma muy serena, incluso los vemos en una escena que califica como enternecedora, pues es seguro que se le estrujó el corazón a más de uno. Los niños son niños, sí. Pero estos son niños ricos que se convierten en fieras y víboras cuando se trata de proteger sus futuros.

Succession trató mucho en su tiempo al aire sobre las traiciones y estrategias corporativas dentro de una familia muy poderosa. En el tramo final, no quedan ausentes las escenas al teléfono de negociaciones o los tratos y alianzas ganados en las últimas instancias. Sin embargo, las puñaladas tampoco faltan, aunque en este caso las motivaciones de los personajes chocan por una preocupación sobre quién podría cargar con el liderazgo.

Ya no se trata de “papá dijo que debía ser yo”, sino de tomar una decisión con la seriedad suficiente y aceptar que a Logan Roy (Brian Cox) nunca le importó demasiado que sus hijos siguieran sus pasos. Realmente, no planeó del todo cuál sería su legado tras su muerte, pero dejó secuelas en Ken, Rom y Shiv. Al final, ¿alguno de ellos era apropiado para el trabajo? Ni el mismo patriarca se dignó a responder eso en vida para evitarse una reflexión tan demandante e inacabable.

Todos teníamos un ganador en mente. En lo personal, creí en Shiv desde el día uno como la persona más capaz, aunque últimamente nublada por los nocivos orgullos y la terquedad. Pero la tarea de elegir un sucesor verdaderamente recayó en alguien y ese es Jesse Armstrong, a quien podemos atacar por haber terminado la serie de esa manera o aplaudir por tan encantador momento creciente que ocurre desde la hora hacia adelante. La forma en cómo se plasmaron los hechos denota una enorme seguridad de su creador y me atrevería a decir que también una actitud un poco aleccionadora.

El trío de los hermanos Roy, debatiéndose entre la ridiculez de sus discusiones y la presión de resolver lo que seguirá en sus vidas, nos entrega secuencias perfectamente ejecutadas a la altura de lo que espera un público seguidor de años. Kieran Culkin, en definitiva, es el favorito de la temporada con una gran desempeño en vista a los Emmy; pero es imposible no aferrarse también a los roles de Jeremy Strong y Sarah Snook. Sarcásticos, un poco tontos; pero, en el fondo muy rotos. Así comenzaron y acabaron los hijos de papá.

Las cuatro temporadas de Succession están disponibles en el catálogo de HBO Max.

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