Ángel Di María, el último vuelo del ángel que atravesó su propio ...

5 Jul 2024

13 de julio de 2014. Transcurren horas de la mañana en Río de Janeiro. Decir que transcurren hasta parece una manera figurativa de narrarlo: los minutos, a esta altura, ya resultan eternos. A unos miles de kilómetros al sur, hay millones de personas que ya no resisten. Otros tantos pertenecientes a la diáspora, distribuidos por el mundo y con diferente huso horario, observan sus relojes con creciente impaciencia. Todos los argentinos, absolutamente todos, pretenden que llegue el gran momento, hacia los albores de la tarde de aquel domingo: la final de la Copa del Mundo entre Argentina y Alemania en el Maracaná. Todos, absolutamente todos, menos uno: Ángel Di María.

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Foto El Planeta Urbano

Sentado en la camilla, es el único argentino que no quiere que los minutos se consuman. Si fuera por él, patearía el tiempo. Detenerlo le daría espacio para recuperarse: ocho días antes, en los cuartos de final ante Bélgica, se había desgarrado el muslo de la pierna derecha. Con antiinflamatorios ya puede correr sin sentir dolor. Está dispuesto a romperse. Pero cuando se dispone a recibir una infiltración le acercan una carta. Es del Real Madrid, el poderoso club al que salvó dos meses antes en el alargue ante el Atlético, gracias a un desborde por la izquierda en el campo de juego del Estadio Da Luz de Lisboa, nada menos que en la final de la Champions League. El texto exige que no juegue: si se rompe, no lo podrán vender.

Di María tritura el sobre. Dice que el único que decide es él. Quiere jugar incluso si ese mismo domingo se termina su carrera. El entrenador Sabella, no obstante, elige a un compañero que está en mejores condiciones. Argentina perderá la final del mundo. El dolor avizora incurable. La herida, cada vez más profunda. Tiene sentido: Di María no sabe que tendrá su redención.

26 de septiembre de 2020. Di María ya no vive en Madrid sino en París. Viste la camiseta del PSG como vistió tantas otras, pero solo una lo desvela: la celeste y blanca de la Selección Argentina. El dolor, otra vez, asoma insoportable: está afuera de la lista de Lionel Scaloni para los dos primeros compromisos de las eliminatorias rumbo al Mundial de Qatar 2022. Y, una vez más, el dolor tiene sentido: se imagina afuera de la que debiera ser su última Copa del Mundo. La herida, entonces, supura de manera pública: “Tengo amigos que me dicen: ʻAndá a tomarte un café frente a la Torre Eiffelʼ. Pero yo prefiero que me puteen 45 millones de personas y jugar con la camiseta de la Selección antes que estar en la Torre Eiffel”.

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Foto El Planeta Urbano

El electrizante atacante rosarino no había estado en varios amistosos durante el inicio del ciclo de Scaloni, pero sí había jugado la Copa América de 2019. Alternaba presencias y ausencias; aun así era uno de los escasos sobrevivientes del recambio generacional, junto con Lionel Messi. No figurar en la primera nómina oficial de cara al Mundial encendía una alarma: visualizarse lejos de Qatar. “Cada vez que juego en el club solo pienso en tener otra chance con la Selección”, dice con tristeza. Todavía sigue sin saber que tendrá su redención.

10 de julio de 2021. Casi siete años después, otra vez, el escenario es el Maracaná. El rival es Brasil. No transcurren horas de la mañana: ahora son casi las nueve y media de la noche. En pleno silencio de un estadio vacío producto de una pandemia, la pelota vuela, pica y engaña. El defensor brasileño Renan Lodi no consigue interceptarla. La definición, suave, viaja por arriba del arquero Ederson. El gol es de Di María. Argentina ganará la Copa América. Enterrados quedarán 28 años de sequía. Varios millones de personas, unos cuantos miles de kilómetros al sur, ahora tendrán el mismo deseo que Di María: detener el tiempo.

“Me habían dicho que al lateral de ellos se le complicaba un poco a las espaldas”. El relato le pertenece al propio artífice de la gloria, un día más tarde. Ángel Correa le había avisado que el defensor brasileño, compañero suyo en Atlético de Madrid, tendría serios inconvenientes para marcar en retroceso. Di María rememora la secuencia. La felicidad tiene un espacio perdurable en su semblante. Todavía no sabe, sin embargo, que su redención acaba de comenzar.

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Foto El Planeta Urbano

1° de junio de 2022. Argentina no juega en el Maracaná sino en Wembley. Ya no tiene la espina de toda una generación sin conquistas: llegó hasta allí por ser el mejor equipo de América y se enfrenta con Italia, el campeón de Europa. El contexto y el rival son otros. Pero hay algo que no cambiará: Di María será determinante.

Corre el minuto inicial del descuento en la primera parte. Argentina se impone tras un gol de Lautaro Martínez, el mismo que ahora filtra la pelota a espaldas de un incrédulo Chiellini. Di María la observa, la acaricia con la punta de su botín izquierdo y la redirige para que viaje por encima de Donnarumma. Argentina ganará 3-0. Di María ni siquiera podrá sospechar cómo será su redención.

18 de diciembre de 2022. Doha, Qatar. El Emirato tiene, según el último censo, unos dos millones y medio de habitantes, aunque solo 300 mil son ciudadanos nativos. El total, no obstante, configura una diminuta porción de la masa global que posa sus ojos sobre el campo de juego del estadio Lusail. Di María, que alguna vez se imaginó afuera de Qatar, está adentro y sabe todo lo que padeció para llegar allí, tanto una década atrás como escasos días antes: el inesperado cachetazo ante Arabia Saudita, el suplicio contra México, los minutos contados frente a Australia, la batalla emocional contra Países Bajos.

Del otro lado, el campeón del mundo. Recién ahora Di María, que se vio afuera de la pizarra pero sorpresivamente terminó por convertirse en un elemento táctico de Scaloni para desordenar la banda izquierda de los franceses, empieza a imaginar su redención.

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Foto El Planeta Urbano

Ya vio cómo su amigo Messi materializó la primera ventaja. Ya finiquitó con maestría una jugada colectiva que habrá quedado para la historia de las finales del mundo. Pero todavía no sabe que le queda padecer un poco más. Hasta acá, como en cada partido definitorio, resultó determinante; ahora le tocará entrar en llanto desde el banco de suplentes. La esperanza de Francia y el temor de Di María tienen el mismo rostro: Kylian Mbappé. Empate. Alargue. Ya lo vio desde afuera diez años atrás. Pero esta vez no habrá carta de Real Madrid ni potencia rival que puedan arrebatarle su sitio en el cielo. Di María será campeón del mundo con la camiseta de su país, por fin cerrará la década de su propia redención y, fiel a su esencia, querrá detener el tiempo.

20 de junio de 2024. Mercedes Benz Stadium, Atlanta, Estados Unidos. El tiempo no se detuvo. Argentina es el vigente campeón de todo. Bastantes miles de kilómetros más al sur que diez años antes, los mismos millones de personas siguen los pasos de la Selección que los representa. Di María transita el epílogo de su indeleble etapa celeste y blanca, la más especial de toda su vida. Es la despedida. No habrá nada más allá de la Copa América. Pero ahora sí lo sabe: su nombre está en la historia; sus viejas heridas, cicatrizadas y, sobre todo, ya no necesita ninguna redención.

Fotos: gentileza Adidas

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