Tyson Fury vs Francis Ngannou, en un duelo no apto para los ...
Advertencia: los puristas del pugilismo todavía están a tiempo de abandonar la lectura. Cinco, cuatro, tres dos, uno....
La Riyadh Season es un combo de eventos culturales, deportivos y gastronómicos que la monarquía saudí organiza en su capital entre octubre y marzo con el objetivo de mejorar su deteriorada imagen internacional. Su cuarta edición comenzará este sábado con un show en el que dos hombres enormes intercambiarán puñetazos: el británico Tyson Fury, campeón pesado del Consejo Mundial de Boxeo, se medirá con el camerunés Francis Ngannou, otrora monarca de la misma división, pero de artes marciales mixtas. El combate, que para algunos es un oprobio, para otros es un negocio enorme y para el resto es ambas cosas, comenzará alrededor de las 18 y podrá verse solo a través de la plataforma DAZN.
A golpe de petrodólares, Arabia Saudita puja por convertirse en la nueva Meca del deporte. Una liga de fútbol que cuenta con Cristiano Ronaldo y Neymar como punta de lanza, la poderosa LIV Golf y exhibiciones de tenis que reúnen a los mejores del planeta (en diciembre jugarán allí Carlos Alcaraz y Novak Djokovic) dan cuenta de ello. El boxeo también ha hecho pie en ese territorio, donde se realizaron las revanchas entre el británico Anthony Joshua y el mexicano Andy Ruiz en 2019 y entre Joshua y el ucraniano Oleksandr Usyk en 2022. Ahora le toca a Fury.
En el Kingdom Arena, un moderno estadio que fue construido en apenas 60 días y que para un evento de este tipo tiene capacidad para 30.000 espectadores, el Rey Gitano será la atracción estelar de una velada presentada como “Baddest man on the planet” (“El hombre más malo del planeta”). El pleito, a 10 asaltos, servirá como puesta a punto para el verdadero reto que espera al inglés: el enfrentamiento ante Usyk, campeón de la Asociación Mundial de Boxeo, la Federación Internacional de Boxeo y la Organización Mundial de Boxeo, que consagrará al primer monarca indiscutido de los pesados en la era de los cuatro organismos rectores del pugilismo mundial.
Para esta primera experiencia en Medio Oriente, el errático Fury, que varias veces amenazó con abandonar el boxeo y enseguida volvió sobre sus pasos, eligió a un hombre con el que venía coqueteando desde hacía un año y medio. En abril de 2022, tras vencer al jamaiquino Dillian Whyte en Wembley y jurar que su tiempo como púgil profesional había terminado, invitó a Ngannou a subir al ring y dejó abierta la posibilidad de hacer una exhibición con él. Esa exhibición mutó en eso que ocurrirá este sábado, pero en el medio el lenguaraz campeón renunció a su condición de jubilado, batió al zimbabuense Derek Chisora en diciembre pasado y pactó un enfrentamiento con Usyk, que, si todo sale bien, probablemente se concretará el 23 de diciembre, también en Riad.
Antes deberá cumplir con este trámite ante Ngannou, quien nació el 5 de septiembre de 1986 en Batié, 210 kilómetros al noroeste de Yaundé, y es dueño de una vida de película. Trabajó en una cantera de arena desde los 10 años y a los 22 atravesó el Sahara a pie, cruzó el Estrecho de Gibraltar en una precaria balsa y luego siguió viaje hasta París, donde vivió un buen tiempo en la calle. Propietario de un cuerpo apolíneo, comenzó a practicar artes marciales mixtas en la capital francesa, donde debutó como profesional en 2013. Dos años más tarde viajó a Estados Unidos para firmar un contrato con Ultimate Fighting Championship (UFC), la principal empresa del planeta dedicada a esa disciplina.
En la UFC amasó un récord de 17 victorias (12 por nocaut y 4 por sumisión) y 3 derrotas, y consiguió el título pesado el 27 de marzo de 2021 al vencer al estadounidense Stipe Miocic en el segundo round. Lo defendió el 23 de enero de 2022 ante el francés Ciryl Gane, pero luego de ello debió someterse a una operación por una rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. No solo ello lo ha mantenido inactivo: a principios de 2023 interrumpió su vínculo con la empresa que maneja Dana White tras infructuosas negociaciones para renovar su contrato.
Según White, la propuesta que estaba sobre la mesa habría transformado a Ngannou en el pesado mejor pagado en la historia de la UFC. Pero el camerunés igualmente la rechazó. “Con ese contrato no era libre, no tenía derechos, no tenía poder”, justificó. En mayo firmó con Professional Fighters League (PFL), otra empresa de artes marciales mixtas, un contrato que no solo lo convirtió en peleador de la compañía, sino también en miembro de la Junta Asesora de Atletas y en presidente y accionista de la rama africana de la firma.
Cuando Ngannou acordó con PFL, se reservó la libertad de incursionar en el pugilismo. “El boxeo fue mi primer amor”, contó esta semana en una entrevista con la BBC. Este sábado, con 37 años y 53 días, podrá hacer realidad su deseo y, de yapa, se llevará una bolsa de 10 millones de dólares, notablemente superior a todas las que consiguió peleando en la UFC (por su último combate cobró 600.000 dólares). Para él, pura ganancia. ¿Y para el espectáculo?
Ngannou no es un pionero en estas excursiones. El adelgazamiento de las fronteras entre disciplinas las ha favorecido. La historia reciente es fértil en antecedentes: basquetbolistas, jugadores de fútbol americano, kickboxers y peleadores de artes marciales mixtas (amén de los pintorescos youtubers) han paladeado la experiencia de boxear. Pero entre hacerlo y hacerlo bien hay una distancia tan grande como la que separa Gerli de Ulán Bator.
De ello puede dar buena cuenta Conor McGregor. En agosto de 2017, cuando era la máxima figura de la UFC, desafió a Floyd Mayweather, quien llevaba dos años de licenciosa jubilación. Mala idea: se procuró una zurra inclemente que lo persuadió de volver a acercarse a un ensogado. Con el rostro aporreado y el bolsillo contento, el irlandés regresó a su deporte. Probablemente ese sea también el camino de Ngannou.
De todos modos, nadie puede mellar su ilusión de victoria. “Soy consciente de mi falta de experiencia en el boxeo, pero soy un hombre de desafíos y he superado muchos”, sostuvo el camerunés, quien se preparó para este pleito bajo las órdenes de sus entrenadores de artes marciales mixtas, Eric Nicksick y Dewey Cooper, pero también contó con la asistencia de Mike Tyson, quien además estará en su esquina el sábado.
Nada hace pensar que el Depredador pueda terminar la pelea con el brazo en alto. Si Fury está medianamente bien preparado y mínimamente comprometido con su tarea, tendría que despacharlo sin dificultades. Solo su indolencia, su indulgencia o su decisión de dar una pátina de paridad al combate pueden impedir que el pleito sea unidireccional y de corto aliento. “Si pierdo contra un tipo de las MMA, nunca podré volver a mostrar mi cara en público. Si él me noquea, quiero que todos se rían de mí porque me lo mereceré”, propuso el invicto monarca del CMB, que tiene un récord de 33 victorias (24 antes del límite) y un empate.
Quienes se ilusionan con ver al fanfarrón británico morder el polvo depositan sus fichas en la potencia que Ngannou mostró en su disciplina. Pero Fury, un zorro del cuadrilátero, ya enfrentó, venció e incluso noqueó a varios pegadores, entre ellos al estadounidense Deontay Wilder, cuyo puñetazo de derecha se asemeja al impacto frontal de un ferrocarril. Nada hace pensar que un recién llegado al boxeo pueda complicar a un púgil que se mueve muy bien sobre el cuadrilátero (pese a sus 2.06 metros de altura) y tiene un jab que a menudo impide que sus rivales puedan acortar distancia.
Quizás la principal preocupación para Fury este sábado sea evitar una lesión o un corte que pueda complicar su combate de unificación con Usyk, siempre que su real voluntad sea honrar el contrato ya firmado y concretar ese duelo tan esperado como postergado entre los dos campeones del peso completo. “No estoy pensando en la pelea con Oleksandr Usyk. Ahora tengo que lidiar con esta gran salchicha. Una vez que la cocine bien, pasaremos a la siguiente”, avisó el británico al llegar a Riad. Seguramente no le costará demasiado hacerlo.