Colchonetas para epilépticos o más tiempo para TDAH, así plantea ...

3 hora atrás

Domingo, 24 de noviembre 2024, 20:20 | Actualizado 20:27h.

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Entre los estudiantes de la Universidad de Salamanca actualmente hay 313 con un grado de discapacidad reconocida a los que hay que sumar otros con necesidades específicas de apoyo educativo debido a disgrafías, dislexias, TDAH, problemas de salud mental o enfermedades crónicas, entre otros.

Garantizar la igualdad de oportunidades de todas esas personas es una prioridad para la USAL. De ello se ocupa la Unidad de Apoyo a la Diversidad e Inclusión del Servicio de Asuntos Sociales (SAS), que este curso atiende a 400 estudiantes, tal y como explica la técnico Cristina Calvo.

El SAS se creó hace 25 años, en 1999, y desde entonces cuenta con esta pata centrada en la inclusión. En todo este tiempo se ha producido una gran evolución. Al principio al sistema universitario llegaba un ínfimo porcentaje de estas personas porque sin diagnósticos ni apoyos adecuados se iban quedando por el camino. Muchos acababan en empleos no cualificados. Ahora han caído muchas barreras y eso les permite realizar estudios universitarios.

Con unos ajustes razonables o adaptaciones se consigue eliminar barreras para estos alumnos. Pero desde esta unidad también llevan años sensibilizando y formando al profesorado para conseguirlo. Eso hace que actualmente el camino esté bastante allanado a estas alturas.

Mentoría inclusiva

Contar con la experiencia de alguien con dificultades similares y que haya pasado por lo mismo con éxito es una ventaja. Y esa es la base sobre la que se asienta el programa de Mentoría Inclusiva que también tienen en marcha. A través de él conectan a estudiantes mentores con estudiantes mentorizados. Los primeros ofrecen su tiempo y conocimiento de forma voluntaria para ayudar a sus compañeros a superar las dificultades con las que se pueden ir encontrando.

«Buscamos a la persona más idónea para el perfil del estudiante que manifiesta una necesidad», explica Cristina. Su compañero Lorenzo García advierte que esta figura no se puede confundir en ningún caso con un asistente personal. «Es un compañero que ha pasado por esa etapa y puede ofrecer información y consejos para facilitarle la organización en la vida académica». Este año cuentan con 27 personas en esta iniciativa que sobre todo facilita la integración de estudiantes con necesidades específicas de aprendizaje y discapacidades.

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Trastorno de espectro autista

Miguel

Hablamos con dos de los alumnos que han pasado por esta experiencia. Miguel fue diagnosticado de un trastorno de espectro autista (TEA) y un trastorno esquizoide uno o dos años antes de venir a estudiar a la USAL. Durante los tres cursos anteriores ha sido mentorizado y este año es él el mentor. Considera que se trata de una experiencia enriquecedora, que le ha ayudado, pero propone como mejora la implementación de mentorías grupales para tener más puntos de vista sobre cómo afrontar una situación.

Además del apoyo del SAS, reconoce que para él es fundamental la ayuda que recibe de la asociación de Asperger. Actualmente lo que más dificultades le ocasiona es hacer trabajos en grupo, pero afirma que en muchos casos los profesores son conscientes de ello y le permiten hacerlos de forma individual.

Trastorno por déficit de atención y disgrafía

Alfonso

Por su parte, Alfonso era un niño «muy movido». Recuerda que en torno a los 8 o 10 años le hicieron las pruebas de diagnóstico que revelaron su trastorno por déficit de atención (TDA) y su disgrafía. Desde entonces ha tenido la fortuna de que en el sistema educativo eso ha sido tenido en cuenta, sobre todo en Secundaria.

«En general me gusta sentirme lo más normal posible, aunque sé que necesito más tiempo para conseguir el mismo resultado que otras personas, lo que supone un esfuerzo mayor». Lleva muchos años aprendiendo a autogestionarse y trabajando en el autocontrol y en el SAS ha encontrado un buen aliado.

Afirma que la mayoría de la gente acepta sus necesidades especiales o siente curiosidad por descubrir qué hay detrás. Algunos profesores le han pedido que les explique su caso para poder apoyarle mejor. Pero también se ha encontrado con otras personas que no solo no le han ayudado, sino que han sido crueles con él.

El ordenador es su mejor aliado porque no solo le ayuda con la letra. Debido al trastorno por déficit de atención sus ideas surgen de manera desordenada y a diferencia de en papel, con el portátil puede cambiar rápidamente el orden de los párrafos cuando escribe, o añadir más contenido a la pregunta anterior en un examen. Esto le evita tener que pedir el tiempo adicional que le corresponde en los exámenes.

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Diversidad de apoyos en la selectividad

Una de las labores más relevantes de la Unidad de Apoyo a la Diversidad e Inclusión consiste en ayudar al alumnado de segundo de Bachillerato, así como a las personas de más de 25 y de 45 años que se enfrentan a las temidas pruebas de acceso a la Universidad. Lorenzo García afirma que «Somos como la mitad de un puente entre la USAL y los futuros estudiantes».

«Somos como la mitad de un puente entre la USAL y los futuros estudiantes»

Los exámenes son los mismos para todos los candidatos, pero existen múltiples adaptaciones para quienes requieren por su discapacidad o sus necesidades específicas de apoyo educativo. Llegan al SAS a través de los orientadores de sus centros de origen. El curso pasado atendieron a 152 alumnos de Bachillerato (52 con apoyo técnico en aula) de las cuales 102 aprobaron, además de a dos mujeres de más de 25 años.

Cada caso se analiza cuidadosamente porque la casuística en ocasiones es de lo más variopinta. Los técnicos de la unidad se reúnen con cada una de estas personas para conocer de primera mano sus necesidades concretas.

Hay situaciones que se resuelven con simples ajustes razonables. Por ejemplo, los TDA y TDAH cuentan con tiempo adicional para hacer los exámenes y se colocan en la primera fila del aula que les toque. En la Facultad de Ciencias de la USAL se habilita un aula para acoger a los estudiantes con mayores dificultades.

Distintos protocolos en función de las necesidades

El protocolo para alumnos con un trastorno del espectro autista es que un profesional del servicio les muestre el aula en el que se van a examinar una semana antes para ayudarles a reducir la incertidumbre y que eso no suponga un problema el primer día de las pruebas.

En caso de discapacidad motora, por ejemplo, se busca el lugar adecuado para acceder y colocar la silla de ruedas. A las personas con discapacidad visual que tienen una ceguera parcial se les aumenta el examen a DIN A4 para que puedan leerlo. Las personas con discapacidad auditiva cuentan con un intérprete de lengua de signos por si hace falta.

Cristina Calvo detalla que a las personas con dislexia o disgrafía se les permite hacer el examen con ordenador. Las personas con problemas de motricidad fina o del brazo pueden realizarlo mediante transcripción.

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En algunos casos de dislexia u otros trastornos específicos del lenguaje los técnicos leen las preguntas a los alumnos para asegurarse que las comprenden «pueden confundir palabras o letras, por ejemplo, en un examen de historia es muy distinto Felipe II o Felipe III», señala. Si el alumno tiene déficit de atención están pendientes que le dé la vuelta a la hoja y que contesten todas las preguntas, por ejemplo.

Se tiene muy en cuenta las necesidades de personas que sufren enfermedades crónicas como diabetes o crohn entre otras. En las aulas de apoyo se les permite comer, tomar medicación, acudir al baño o tener algo más de tiempo dependiendo de sus circunstancias.

Sillas especiales para accidentados

Dado que el estado de nerviosismo puede agudizar los síntomas de la epilepsia, también se pueden colocar en el aula colchonetas para evitar que el alumno se haga daño en el caso de que le dé un mareo y se caiga durante el examen. Si es necesario ante distintas dolencias, los técnicos pueden avisar incluso al 112.

En ocasiones se dan casos de alumnos con características únicas, por ejemplo, en una ocasión hubo una chica con un aparato en la columna que solo podía permanecer en pie o tumbada. El SAS gestionó que los alumnos de un ciclo formativo le hicieran un reclinatorio para apoyar la rodilla y una camilla para tumbarse.

En otro caso, para una persona que había sufrido un accidente de moto días antes y no quería ir al aula especial colocaron una mesa y una silla especial en su correspondiente aula.

En ocasiones completamente excepcionales incluso se han llegado a hacer exámenes a domicilio. Una de ellas fue durante la pandemia, a un estudiante con cáncer. En otra ocasión a un chico de Zamora que había tenido un accidente de tráfico una semana antes.

Plazo de solicitud

Si para todo el alumnado se trata de unas pruebas estresantes, en el caso de enfermedades mentales se multiplica considerablemente. Todo el personal que se ocupa de esta labor se vuelca para que haya un buen ambiente en el aula. «Intentamos que el clima sea agradable para que los estudiantes no tengan más estrés de lo que ya les supone una prueba de este tipo», apuntan.

En ocasiones también atienden a alumnos que estando en el aula ordinaria de pronto sufren un ataque de ansiedad. Tratan de calmarlos allí mismo o si es necesario se les lleva al aula especial. Sin embargo no cuentan con un tiempo adicional ni otras ayudas. Las normas de estas pruebas son muy estrictas, recuerda Cristina Calvo.

Los técnicos del SAS se desplazan cuando es necesario cada una de los centros de las provincias Salamanca, Ávila y Zamora en los que la USAL realiza estas pruebas para garantizar que todos tienen las mismas oportunidades. Aunque los exámenes de selectividad no se celebran hasta junio, entre marzo y abril se cierran los plazos para que los alumnos soliciten estas adaptaciones, salvo en casos de problemas sobrevenidos, como puede ser un accidente.

El objetivo es que estas personas, que en la mayoría de los casos ya han sufrido suficiente durante toda su etapa educativa, no se encuentren una barrera adicional en estas pruebas que marcan de forma decisiva su futuro académico.

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