River pasó del sufrimiento a la primera alegría de Gallardo: le ganó ...
Ese hombrazo de Paulo Díaz, a cinco minutos del final del encuentro contra Talleres de Córdoba, que hace inerte la estirada de Guido Herrera, quien no puede evitar que la pelota toque la red, es la confirmación de que en River fluye otra energía. Tal vez sea el aura de Marcelo Gallardo y esa mística que lo acompañó en los partidos de Copa Libertadores en su primer ciclo, donde consiguió dos veces conquistar la 'Gloria Eterna'.
Porque, en el momento más complicado de su equipo en el estadio Mario Alberto Kempes cuando incluso jugaba con uno más por la expulsión de Suárez promediando el complemento, esa pelota parada a la que el chileno le erró al cabezazo pero le dio con el hombro, se convirtió en el gol del triunfo (por 1 a 0) y en una ventaja importante de cara a los últimos 90 minutos de la serie de octavos de final, que se definirá el miércoles en Núñez.
Talleres y River se respetaron. A veces por demás. Y lo que ganó en el partido fue el miedo a no perder. Por eso, casi que hubo un pacto de no agresión. Tanto que los arcos les quedaron lejos a ambos equipos.
River intentó ser un equipo corto desde el pitazo inicial. Con una línea de cuatro defensores y tres volantes por delante, más los dos pibes, Franco Mastantuono (cumplió ayer 17 años) y Claudio Echeverri, sueltos, y Adam Bareiro de 9.
La pelota le llegó poco al paraguayo. Porque River tuvo como prioridad el orden. Buscó ser cuidadoso, y mantenerse bien parado. De hecho, el propio Bareiro, para entrar en acción, más de una vez tuvo que bajar para buscar la pelota. Como en ese contragolpe que no terminó bien porque Mastantuono no pudo darle buen destino.
Talleres, por su parte, distribuido en su habitual 4-2-3-1 también priorizó no tener sobresaltos. Aunque, al principio intentó hacerse cargo del partido y asumir el protagonismo que le daba la localía. En una llegada, provocó que Armani tuviera que arrojarse hacia la izquierda para detener un remate a colocar de Marcos Portillo, al que le faltó fuerza.
En ese contexto, para tratar de arrimar peligro, ambos apelaron a la pelota parada. Talleres estuvo cerca en una en la que Benavídez no llegó a conectar por centímetros. Y River tuvo su chance con un cabezazo limpio de Paulo Díaz tras un corner, que terminó en las manos de Guido Herrera.
Pero el conjunto cordobés le seguía metiendo miedo a River por la vía aérea. Incluso, llegó al gol luego de que Juan Portillo le ganara en el salto a Kranevitter y Catalán cabeceara a la red por detrás de todos, cuando Armani había quedado pagando. Sin embargo, fue anulado. Al equipo de Núñez lo salvó que el defensor de la “T” tenía el pie izquierdo adelantado.
Esa jugada se produjo instantes después de que Talleres se quedara con diez hombres por la expulsión de Lucas Suárez, quien le clavó los tapones a Bareiro.
Iban 14 minutos del segundo tiempo y daba la sensación que esa roja podía ser un quiebre en el partido a favor de River. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. Talleres se reagrupó bien con los cambios de Ribonetto y se plantó mejor en el campo. Incluso, complicó a su rival con pelotas detenidas, aunque, vaya paradoja, sufriría por esa misma vía la derrota.
A River, en cambio, le costó acomodarse con dos delanteros, tras el ingreso del juvenil Agustín Ruberto y la salida de Rodrigo Aliendro. Tampoco pudo tener el fútbol deseado. Ni con los pibes, ni tampoco con los más grandes, cuando, en el segundo tiempo, Gallardo apostó por los experimentados Nacho Fernández y de Lanzini, en lugar de los jóvenes de Mastantuono y Echeverri.
Pero, la experiencia, en este tipo de partidos, pesa. Y Nacho Fernández lo demostró. El zurdo metió un pase de pelota para que Paulo Díaz convirtiera el gol del triunfo de River y el equipo del Muñeco sacara ventaja para los últimos 90 minutos de una serie reñida. Y para confirmar que en la vuelta de Gallardo a las noches de Copa, también volvió la mística.