Helia Bravo Hollis: la primera estudiosa de los cactus

7 horas atrás
Primera
Helia Bravo Hollis: la primera estudiosa de los cactusTrabajó hasta los 90 años, hizo un recorrido escrito y dibujado de su profesión y anunció el cambio climático cuando nadie hablaba de eso. 

Mientras la estación del sol ardiente gime y la sombra de un cactus abraza sin pinchar alguien piensa en Helia, la cactóloga mexicana que recorrió desiertos y selvas para conocer la espesura de la planta de la resistencia en la proximidad venturosa del tacto.

La historia de Helia la cuentan las investigaciones académicas, las pasiones botánicas en todas sus manifestaciones, el cambio climático, los apuntes de herbario, las fotos de algunas macetas, la melodía del verde y también ella misma en su libro Memorias de una vida y una profesión (lo terminó de escribirunos meses antes de morir y fue publicado en 2004), un recorrido por la historia de la biología mexicana del siglo XX desde el día en el que descubrió a los protozoarios en el Departamento de Biología de la Escuela Nacional de Preparatoria de San Ildefonso.

La escritura de sus recuerdos acopla felicidades de infancia en Villa Mixcoac (Ciudad de México) donde chapoteaba en familia en un río cristalino que ya no existe, con la tragedia en el panteón de la Villa de Guadalupe donde fusilaron a su papá y a sus compañeros por defender a Francisco Madero cuando ella era una nena. En la memoria rehecha atenuada a veces por elocuencia de orfandad y por elogios de cualquier naturaleza, su inscripción en la carrera de Biología en 1924 en la Universidad Nacional Autónoma de México (fue la primera bióloga con título) y su amor perpetuo por la espinosa familia de las cactáceas cuentan el resto.

Rescatar a Helia es frotarse la yema de los dedos en un intento de masajear el lugar donde alguna vez estuvieron las espinas, como si ese masaje reviviera la sensación del pinchazo y las formas verdes de los cactus, esos tesoros del desierto que alimentan y protegen. Si el verde es un color que se anuncia a si mismo, también lo hacen las plantas favoritas de Helia en un ciclo de reencarnaciones glaucas de geometrías y aguijones. Son las plantas que estudió toda su vida y que guardó en su memoria para dibujarlas al pastel (más de doscientas ilustraciones de flores y desiertos) cuando la artritis le impidió caminar

Hay nopales, órganos, saguaros, peyotes, biznagas… Rescatar a Helia es nombrar su primer trabajo publicado sobre las lemnáceas de Xochimilco y Las cactáceas de México (un libro fundante publicado en 1937), es verla formando grupos de campo e investigación, es saber que trabajó en la UNAM hasta los noventa años, es imaginarla muy joven en una excursión botánica en el cerro El Risco y también descubrirla en una foto del Instituto de Biología de 1930 donde posan doce y ella es la única mujer.

¿Qué otras imágenes la nombran? Una en la que está trepada a un árbol en las Lagunas de Zempoala y otra en la que mira desde la lente de una cámara el detalle de las costillas longitudinales de una biznaga. Con devoción originaria la mujer que nunca olvidó el contorno trazado por los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl en el cielo de su infancia, comparte sin límite de tiempo la timbrada melodía de sus cactus y sus desvelos: “A pesar de todo creo que mi trabajo dejó mucho que desear, pues el conocimiento de las cactáceas no está acabado, siempre se está haciendo. Es una familia en la que la sistemática siempre se está moviendo”.

Leer más
Noticias similares