Este viernes 10 de noviembre se cumplen 189 años del nacimiento de José Hernández, en cuya memoria se celebra en la Argentina el día de la tradición. Hernández tuvo una agitada vida política, fue poeta, escritor, periodista, militar y político, pero su mayor logro fue escribir el poema nacional de los argentinos, el Martín Fierro,
El libro tiene dos partes, publicadas con algunos años de diferencia. La primera, 'El gaucho Martín Fierro' se conoció en 1872, y la segunda, 'La vuelta de Martín Fierro', en 1879. Juntas conforman el libro más importante de la literatura gauchesca, y fundacional de la literatura argentina, aplaudido y leído por todas las generaciones y atravesado por todas las ideologías.
Pero, a más de ciento cuarenta años de su origen, ¿cuáles son las claves de su lectura en 2023? Adriana Amante escribió el prólogo 'El Martín Fierro en tafilete rojo', de una nueva edición de la obra que publicó EUDEBA, de la que adelantamos los puntos salientes para comprender la actualidad de un poema eterno.
Un luchador federal y popular
Ocho claves para leer el Martín Fierro en la actualidad(...) no es esa voz suya, no es ese cuerpo suyo lo que está en juego en su obra más famosa: él ha sido el medio de articulación para darle cuerpo a la voz del gaucho por el artificio de la escritura. Josefina Ludmer ha sintetizado con claridad cuestión tan compleja: “Se trata del uso de la voz, de una voz (y con ella de una acumulación de sentidos: un mundo) que no es la del que escribe. La categoría de uso deriva sobre todo de la condición instrumental, de servicio, de los gauchos: es la categoría misma del sentido para los que no tienen algo que tiene el que escribe y usa sus sentidos”.
Pero no es tampoco la voz lo que le da José Hernández a su Martín Fierro sino su escritura, ya que la gauchesca no es estrictamente la voz del gaucho sino la escritura de la voz del gaucho, el artificio que imponen como voz del gaucho las convenciones que el género literario
(...) Y lo ha señalado Borges, tan pendiente siempre de los artificios, quizás porque a su propio sistema literario le convenían: “El poema entero está escrito en un lenguaje rústico, o que estudiosamente quiere ser rústico”. En ese adverbio de modo que subrayo se asienta la definición de la gauchesca, que es un género de letrado que imposta como natural la voz del gaucho. Y si es cierto que todo escritor gauchesco ha captado las conversaciones concretas de peones de campo, carniceros o galleros, hay que percatarse de que “el género es la alianza entre una voz oída y una palabra escrita”, como cifra Ludmer.
El "Martín Fierro", una obra clásica que interpela e identifica a los argentinos
Esa articulación entre oralidad y escritura tiene, en el caso de José Hernández, además de la corta pero contundente historia de la gauchesca misma, un antecedente particular: desde junio de 1859 y por un par de años se desempeñó como taquígrafo del Congreso de la Confederación Argentina, en Paraná, cargo al que se había postulado luego de siete meses de dedicada preparación. No sería improbable que esa ajustadísima sintonía entre el oído, la intelección y la mano que le dio la práctica de este “arte de escribir tan velozmente como se habla” haya hecho un aporte sustancial a su maestría en el ejercicio de la gauchesca. No porque la gauchesca sea un registro documental del habla de los gauchos, justamente, sino porque la estenografía lleva el artificio de la escritura a uno de sus más altos grados de afectación por estar compuesto por un sistema de signos –los monogramas– que representan los sonidos, discriminando las consonantes de las vocales, y alternando y combinando trazos finos y gruesos, verticales, horizontales, oblicuos y curvos, ganchitos y lacitos para escribir lo que se oye que se habla.
(...) Así es como quienes han acusado a Hernández de hacer versos mal medidos, en general hombres cultos (como Bartolomé Mitre, Miguel Cané o José Manuel Estrada), resultan los peores lectores del Martín Fierro. Porque no leen lo que dice la gauchesca de Hernández: cair, maiz, oido, reir; leen como se dice (¿bien?) según la norma estándar de la lengua: caer, maíz, oído, reír, aumentando una sílaba que arruina el octosílabo y revelando de ese modo que no han entendido nada o, por lo menos, que no han captado lo principal. Lo principal, sí, que no sería extraño que Hernández lo tomara –haciéndolo propio– del método de estenografía del español Francisco de Paula Martí y Mora, que era el sistema de base, vigente todavía para la fecha de su autoformación: “Lo que debe representar el taquígrafo son los sonidos y no las palabras escritas con todo el rigor de la ortografía”, reza el lema que bien podría leerse como otra forma de definición de la literatura gauchesca.
(...) historia social que es la suya propia pero también la de tantos, ya porque le caben a él mismo las generalidades de ese sufrimiento, ya porque transfiere su historia a los de su clase. Por eso dedicará varios cantos a contar esa historia social que también es una historia laboral del gaucho, que puede leerse en los objetos y acciones que entran en juego: espuelas, lazo, rebenque, cueros, lloronas, caronas, útiles para domar, arrear, pialar: “Ah! tiempos!... era un orgullo / Ver jinetiar un paisano–”. Acciones y objetos del trabajo que encuentran su compensación en los elementos y hábitos del merecido descanso, como la caña, el vino, el asado, la mazamorra, los pasteles, el guiso o la fiesta.
El "Martín Fierro" de José Hernández defendió a los gauchos cuando para los argentinos valían poco
(...) Una digresión oportuna: Beatriz Sarlo retuvo una escena de Juan José Saer caminando por el césped de una universidad inglesa en 1992: “Hace rato que viene recitando haikus. Entusiasmado, los dice como si fueran poemas gauchescos”
(...) no tanto con su nombre sino con el de su personaje (que –a esta altura ya es muy claro–, produjo el más acertado quid pro quo onomástico de la cultura nacional) habrá de todo: revistas, museos, cigarrillos, dulces de membrillo, parrillas, localidades, cuchillos, librerías, asociaciones culturales, vinos, esculturas, festivales, películas, estampillas, mates, historietas, naipes y hasta un premio de televisión.
El gaucho, espejado en el libro. Lo que está en juego es la identidad, claro. La personal, la social y la nacional. Por eso, en 1913, inmediatamente después de que Leopoldo Lugones dé las seis conferencias en el Teatro Odeón y Ricardo Rojas se pronuncie en la clase inaugural de la cátedra de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires considerando el Martín Fierro como poema nacional, la revista Nosotros le preguntará al resto de la sociedad: “¿Es el poema de Hernández una obra genial, de las que desafían los siglos, o estamos por ventura creando una bella ficción, para satisfacción de nuestro patriotismo?”.
cp