Los Caligaris: las anécdotas con Julián Álvarez y la importancia de ...
Alma y sangre circense. Y también canciones. Y espectáculo, show, espíritu, propios de aquel circo de décadas atrás, el que animó la infancia de tantas generaciones de argentinos. Los hermanos Martín Pampiglione y Raúl Sencillez (cuyo verdadero nombre es Diego Pampiglione) nacieron y crecieron entre payasos, acróbatas y trapecistas, y ya de grandes, trasladaron esa alegría al grupo que formaron en 1997.
Con Los Caligaris, la banda con cimientos en el rock pero influencias en ritmos como el cuarteto, no paran de colmar estadios. Como el Luna Park, sin ir más lejos. Y cada presentación... “Es una fiesta”, repiten los hermanos, casi a modo de consigna.
Pero en aquel origen circense también encuentran, a contracara de la alegría, la tragedia. Una dualidad; así la llaman. La vivieron -como lo contarán en este encuentro con Infobae- en el circo familiar, el que fundó su abuelo materno, Don Muñoz.
Quizás solo cuando uno es consciente del dolor, puede buscar entonces la felicidad. Aferrarse a ella. Valorarla. Porque para Martín, Raúl y el resto de los músicos de Los Caligaris, se trata de defender la alegría, parafraseando a Benedetti. Defenderla como una trinchera, una bandera. Como un destino, un principio, una certeza. Al fin, la alegría como un derecho. De eso se trata.
—Los Caligaris siempre es fiesta.
Raúl: —Es que así fuimos concebidos. Bueno, somos cordobeses también, ¿viste? El cordobés tiene mucho de la alegría, la diversión, el chiste.
—¿Ese grupo que arman con los amigos de la secundaria es el que continúa hasta el día hoy, 26 años después?
Raúl: —Exacto. Al comienzo había otros músicos, porque esos sí sabían música. Pero claro, se aburrían. El primero en irse de la banda fue el tecladista; ahora dirige un coro. Y terminamos quedando los amigos del barrio, los que nos juntábamos a jugar a la pelota en la plaza. Hasta el día de hoy somos los mismos.
—¿Toda la familia estaba en el circo?
Martín: —Sí. Primos, tíos, abuelos. Se llamaba Circo Hermanos Muñoz.
Raúl: —Mi vieja y mi viejo trabajaron prácticamente toda su vida en el circo. Nuestro abuelo materno, Don Muñoz, era el dueño del circo. Y cuando muere, muy joven, mis viejos abandonan la vida circense y se radican en Córdoba. Yo tenía cinco años y Martín, diez.
—¿Por qué no quisieron continuar el circo sin su abuelo?
Martín: —Mi mamá cuenta que era tan fuerte el lazo que tenía con su padre que ya no quería estar más en el circo. Y quiso pegar un volantazo. Y lo de mi papá fue una demostración de amor terrible porque el circo era su vida. El nacimiento de Raúl fue muy curioso. La función empezaba a las 22, terminaba a las 24, y él nació a las 23, más o menos.
Raúl: —A las 23:25.
Martín: —En esa época mi papá era el locutor, y vienen y le regalan un ramo de flores. La función terminó a la medianoche y todos fueron a conocerlo. Imagínate: a la clínica llegaron las vedettes así, pintadas, y el payaso, el enanito, llegaron todos. Era una cosa…
Raúl: —Más o menos como en la película El Gran Pez. En el circo, el show debe continuar. De hecho, en nuestro circo, el equilibrista hacía un número a 20 metros de altura, y un día se marea y se cae. Lo sacan de la pista. “Bueno, disculpen...”. ¿Y a quién largan? Al payaso, como siempre. Y el payaso era el hijo de ese equilibrista, que terminó muriendo. Y su hijo, en ese momento, tuvo que salir a alegrar a grandes y a chicos. El circo tiene eso.
—Muy fuerte.
Martín: —Sí...
Raúl: —Bueno, con Los Caligaris estábamos de gira por España, un mes y medio. Una noche salgo de mi habitación y en el pasillo estaba el bajista de la banda, llorando. “¿Qué pasa?”. Y entre lágrimas me dice: “Estaba mi mujer cocinando con aceite caliente, fue nuestro bebé, tocó la olla, y se tiró todo el aceite caliente en el rostro”. Y él, a miles de kilómetros, sin poder hacer nada...
—Era otra época. Hoy, seguramente un papá locutor de circo estaría en el hospital y alguien lo reemplazaría.
Martín: —Sí, sí. Fue hace 40 años esto.
Raúl: —Yo tenía una gira programada con la banda en marzo, justo cuando iba a nacer mi primer hijo. Y se terminó adelantando: nació en enero, prematurísimo, y pude estar en su nacimiento. Como se complicó ese nacimiento, desde ahí nunca más se me pasó por la cabeza no estar...
—Y tu mujer te dijo: “Si te vas, te mato...”.
Raúl: —Por supuesto. Pero pasan cosas: el circo tiene esa dualidad, donde uno paga la entrada, ve a los payasos alegres, y también hay una…
Martín: —Mamá escribió un libro: Intimidades de una vida en el circo. Y ahí cuenta que a los chicos de circo no nos querían aceptar en los colegios. Nos discriminaban. Mi mamá le escribió una carta al presidente de esa época, (Rául) Alfonsín, pidiéndole que atienda este caso. Y salió la ley, que dice que a los chicos de circo los tiene que aceptar.
—¿Cuándo escribió este libro tu mamá?
Martín: —Cuando muere el abuelo. Su materia pendiente era dejar retratada su historia de vida y la de su familia, porque la tradición circense empieza con nuestro bisabuelo, el Tony Tachuela.
—¿Qué hacía mamá en el circo?
Raúl: —De todo. Hacía alambre. Era la partenaire de mi papá, que era el malabarista, y le alcanzaba los aparatos, le tiraba las clavas. Hacía contorsiones.
—¿Cómo ven los circos de hoy?
Raúl: —Han mutado mucho. Hace poco fuimos a ver el Cirque Du Soleil, el espectáculo de Messi, y se apoya más en la danza. Hay rutina circense, uno que hace de payaso, pero no está pintado como tal. Han evolucionado bastante y nos parece bien. Cuando éramos chicos sentíamos que el hábitat natural de los animales era en libertad.
—Como todo, era otro momento.
Raúl: —Mis antepasados compraban los animales, y comprar un león... no sé qué precio tendrían. No sé si está bien comprar animales, pero imaginate que gastás un dineral en un elefante y no es que lo vas a matar de hambre, ¿no? Nuestra familia trataba de darle un buen cuidado. De hecho la chimpancé que teníamos dormía en una casilla, como un humano más.
Martín: —Es muy exigente el circo. Por ahí uno va por la calle y dice: “Huy, ahí en la esquina hay un circo”, como algo despectivo. O sobre los payasos también: “Este es un payaso”. Y no, no. El circo es un espectáculo muy bien organizado.
—Cuando ustedes armaron Caligaris, ¿siempre supieron que iban a transmitir esta alegría, o la identidad del grupo se fue buscando?
Martín: —La música tenía que ver con lo que nos surgía. Cuando empezamos a tocar, hacíamos lo que nos salía del alma, del corazón. En el circo mi papá tenía una banda con mis tíos; él cantaba y tocaba la guitarra. Heredamos esa pasión por la música. Y también heredamos los instrumentos: así empezamos a tocar. La guitarra de mi papá hacía ruido, como una descarga viste. Entonces subíamos al escenario, le atábamos un cable en la punta, con un clavo, y lo enchufábamos en una maceta, para que no hiciera ruido. Era muy precario...
Raúl: —Era muy vieja la guitarra. La habíamos desarmado, la pintamos. Y cuando la volvimos a armar, ya no le podíamos sacar el ruido (risas).
Martín: —Mi abuelo, que era el dueño del circo, le había dicho a la bandita de mi papá que en los bares hicieran trapecio, cama elástica, malabares, todas esas cosas que sabían. Y ellos decían que no: “Eso lo hacemos en el circo; cuando vamos a tocar, vamos a tocar”. Pero nosotros le agregamos esa cosa circense al espectáculo, y me parece que es lo que prende de nosotros en toda Latinoamérica. Imaginate: estoy cantando, viene la parte de los vientos, instrumental, dejo la guitarra, hago un salto mortal a la cama elástica, y vuelvo a seguir cantando. Ahora ya nos apoyamos en la pantalla, hacemos cosas de teatro.
—La banda ya tiene 26 años. Pero ¿en qué momento dijeron: “Ah, vamos a poder vivir de esto”?
Martín: —Todavía no lo dijimos (risas).
Raúl: —Es que empezó como un hobby, y no dijimos “vamos a vivir de esto”. De hecho, él estudiaba Ciencias Económicas y yo, Periodismo. Íbamos para otro lado.
—¿Y se animaron a dejar las carreras?
Martín: —En un momento hubo que decidir. A mí me quedaban diez materias para recibirme; ni mucho ni poco. Cuando sacamos el primer hit, “Nadie es perfecto”, tocábamos viernes, sábado y domingo, y volvíamos el martes de gira. Nos acostábamos a las ocho de la mañana, y para estudiar te tenés que levantar a las seis, a las siete. Entonces tuve que optar. Y menos mal que optamos por esta vida.
Raúl: —Yo tuve la suerte de recibirme, pero nunca ejercí. Cuando vengo a este tipo de lugares a dar una nota, me llama la atención, y me imagino qué hubiera sido de mi vida si no hubiera tenido la banda. Pero es verdad que nosotros siempre fuimos muchos. Ponele, en plata de antes, cobrábamos 200 pesos, y la Traffic que nos llevaba y nos traía al boliche de Córdoba salía 20. Nos quedaban 180, y éramos 12, 14: no nos íbamos a repartir esa plata. Entonces ahorrábamos esos 180 para comprar una consola que salía 4000 pesos. Y después, los micrófonos. Y después, la grabación de un demo. La plata siempre era lo último en lo que pensábamos.
—Tardó en llegar.
Martín: —Sí.
Raúl: —¡Uff! Tuvimos que remar como 20 años con la banda.
—En esas primeras giras y con un grupo de tantos músicos, hay algo que trae esa infancia en el circo: ser familia, moverse juntos, remarla entre todos.
Martín: —La organización que tenemos Los Caligaris es muy circense en el sentido de que es muy horizontal, como en el circo. Es tan importante aquel que va a hacer el salto mortal en la cama elástica como aquel que le pone el taco a la cama elástica para que no se le mueva.
Raúl: —Es un trabajo muy colectivo, es un equipo. En la banda, todos somos importantes. Por supuesto, nos pasa que cuando paramos en la ruta, en la estación de servicio para comprar provisiones, la gente nos reconoce y quiere una foto con los cantantes.
Martín: —Bueno, pero hay que ser muy vivo de los dos lados. Si te toca ser la cara del grupo, sabés que te van a sacar fotos a vos, pero el otro es igual de importante que vos. No tenés que decir: “Ah bueno, a mí no me vengas a decir esto porque yo…”. No, no, no. Y del otro lado igual, y decir: “Mientras más conocidas sean las caras del grupo, más conocido es el grupo”.
—Les tengo que preguntar por Julián Álvarez.
Raúl: —Julián es un fuera de serie, un maestro en la cancha y afuera, una persona increíble. Es un pibe que sigue siendo de Calchín, de su pueblo natal. Y debe ser uno de los seguidores más notables que tiene nuestra banda.
Martín: —¡Sí! Lejos, lejos...
Raúl: —Estamos muy orgullosos por contar con su amistad. El otro día vino cinco días a Buenos Aires y nos invitó. Fue una fiesta sorpresa.
—¿Cómo nació ese vínculo?
Raúl: —En la pandemia. Nosotros nos asociamos con el Banco de Alimentos de la Provincia de Córdoba, que llevan una tarea bastante importante, y hacíamos unos barbijos para que la gente que los compraba, colaborara. Y Julián escribió en la página de Los Caligaris, queriendo comprar dos barbijos. Ese fue el primer contacto que tuvimos.
—¿Ustedes sabían que él escuchaba la banda?
Raúl: —No. No.
Martín: —Julián siempre estuvo pendiente de nosotros. Cuando tocamos en Tecnópolis, dijo: “Che, voy a ir a verlos. Nunca los vi en vivo”. Ya se estaba yendo al City. Le dijimos: “¿Te animas a cantar alguna canción?”. Es muy tímido, muy reservado; y nosotros todo lo contrario: el escenario, la gente... Claro, cuando lo veíamos de costado, vimos que cantaba todas las canciones, se las sabía. Era fanático en serio. Entonces, él lo agarró de costado y lo llevó.
Raúl: —Y cantó. Hace poco estuve comiendo con la familia. La mamá me contó que hay una que Julián no le perdona. Cuando él tenía 12 años fuimos a tocar a Calchín, en una Fiesta de la Primavera. El hermano más grande de Julián se quedó al show porque era a la medianoche, pero la mamá le dijo: “No, vos a las 24 te volvés a casa”.
Martín: —¡Ah, no lo puedo creer!
Raúl: —Y hasta el día de hoy le recrimina a la mamá que no le dejó ver Los Caligaris…
Martín: —La última vez que estuvo Julián acá, la novia (Emilia Ferrero) le dio una sorpresa y nos invitó a la casa donde estaba parando.
Raúl: —La Emi nos escribió: “Quiero darle una sorpresa a Julián, que vayan, comamos un asado, tomemos fernet”. Y bueno, le caímos de sorpresa a Julián. El tío estaba haciendo el asado.
—¿Qué llevaron?
Raúl: —Llevamos un par de vinos, fernet y las guitarras. Así pagamos.
Martín: —(Julián) les decía que había mucha carne en la parrilla: “Somos cinco personas, ¿para qué ponen tanto?”. No sabía que veníamos nosotros.
Raúl: —Son una familia maravillosa, súper unidos. De hecho van a todos lados con él, y a nosotros nos encanta porque también somos una gran familia. Venimos del circo, que era una gran familia. Y Los Caligaris somos una gran familia.
Martín: —Somos una banda muy abierta. Viene gente de todos los palos, de religión, del palo sexual, de cualquier lado. Porque nosotros lo fomentamos. Siempre digo que por ahí hay un nene que está en los hombros del padre, que está pintadito, y al lado hay alguien de campera de cuero con barba que está disfrutando del mismo recital.
Raúl: —Eso también se da por la variedad musical que tenemos.
—¿Qué les pasa cuando un tema de los Caligaris se usa para musicalizar goles argentinos en el Mundial?
Martín: —Es hermoso. Tenemos la suerte de que varias canciones nuestras llegaron a las hinchadas de fútbol. No solamente acá, en Argentina, sino también en México, con Tigres de Monterrey, o en Colombia, con Millonarios. Acá, la de Belgrano: “Razón”.
Raúl: —Talleres también.
Martín: —Te recibís de banda popular cuando tu canción llega a la cancha. En ese momento te dan el diploma. Es extraordinario cuando alguien agarra tu melodía y le pone letra para su pasión.
—En estos 26 años han recorrido mucho, de la Argentina, del resto del continente. Y hay gente que no la pasa bien. ¿Qué les pasa con eso?
Martín: —En toda Latinoamérica, lamentablemente, tenemos el mismo pasado, el mismo idioma y los mismos problemas. Hemos tenido la suerte de ir a Europa y es otra cosa, totalmente. Ellos, la crisis... tendría que ser otra la palabra para decir lo que ellos sufren, y lo que sufrimos nosotros. Nosotros nos tomamos la alegría en serio: en los shows tratamos de brindar esa felicidad, que la vida es complicada.