Guillermo Vilas: diez secretos de una vida cinematográfica
PROFUNDIZAR en la vida de Guillermo Vilas genera un sentido interminable de estupor. Donde uno busque hay una nueva historia. Acaso haya una suerte de paralelismo con las vivencias de Diego Maradona, el ser humano que más vidas vivió en una sola.
Sintetizar la biografía del tenista argentino más destacado de todas las épocas a lo que hizo con la raqueta en las manos, rubro en el que ya se ubica entre las más grandes leyendas del mundo, siempre determinará un análisis reduccionista. Vilas es el hombre que popularizó el tenis en la Argentina pero, en simultáneo, engloba una figura que resulta imposible de abarcar en su totalidad.
El día que ganó WimbledonDurante su extensa carrera Vilas conquistó nada menos que 62 trofeos del Grand Prix, incluidos cuatro títulos de Grand Slam: Roland Garros 1977, el US Open 1977 y el Abierto de Australia en 1978 y 1979.
El Poeta tuvo su gran deuda deportiva con Wimbledon, el torneo en el que llegó hasta los cuartos de final, el único Slam que no figura en sus vitrinas. Al menos en la vida real, dado que en 1979 formó parte de una historia particular que lo encontró ganador del torneo más valioso del mundo.
Vilas, así como fue autor de dos libros de poemas y también cantante de techno-house y de rock, aquel año quedó grabado en su vida como la etapa en la que fue actor de cine. En el film Players no sólo trabajó sino que tuvo dos particularidades: actuó de sí mismo y... ¡ganó Wimbledon!
La película fue dirigida por el británico Anthony Harvey y contiene una escena de Wimbledon 1978, grabada antes del inicio de la final femenina entre Martina Navratilova y Chris Evert.
Chris Christensen (Dean Paul Martin), Nicole Boucher (Ali MacGraw) y Vilas, en la central de Wimbledon.
El protagonista principal de la historia de amor con una mujer mayor de la alta sociedad, un tenista en ascenso, es quien perderá la final de Wimbledon ante Vilas. Ese personaje, Chris Christensen, fue corporizado por Dean Paul Martin, el hijo del ex tenista Dean Martin (272º en 1976 según ATP).
El jugador entrenado por el legendario Pancho Gonzales llegó a la final después de eliminar a gigantes como Ilie Nastase, John McEnroe y Vitas Gerulaitis. En la definición no pudo con Vilas, que festejó el título con un inédito salto por encima de la red.
Una década y media más tarde, en 1994, Vilas contaría que, cuando no podía ganar torneos de Grand Slam, fue a ver a una bruja que le dijo: “Vas a ganar todos los Grand Slams menos uno, Wimbledon, pero veo algo extraño con Wimbledon”. La vidente vislumbró aquella película que inmortalizó a Vilas como ganador de Wimbledon.
Players, con Vilas de protagonista.
"C-G". Las iniciales rezaban grabadas en el anillo de oro blanco. Todo su entorno, durante extensas décadas, supo que las dos letras representaban su nombre real: Carolina Grimaldi.
Pero debajo del cascarón hay una historia que estremeció a todo el mundo: el romance entre Guillermo Vilas y Carolina de Mónaco.
Aquella joya había costado 25 mil dólares, una cifra que a principios de los años '80 representaba una pequeña fortuna. Y envolvió un vínculo que fue exhibido al planeta a través del lente del Rey de los Paparazzi: el fotógrafo francés Pascal Rostain.
Era abril de 1982 y Vilas había ganado el torneo de Montecarlo por segunda vez. Recibió el trofeo de manos de la princesa Grace Kelly; desde el palco observaron la premiación sus hijas Carolina y Estefanía. Con Carolina entabló las primeras conversaciones en la cena del campeón.
Vilas y Carolina, descubiertos en el Caribe.
Aquel fue el inicio de una relación que sería descubierta en junio, en el pequeño paraíso de la isla de Maui. Fueron más de dos semanas de descanso tras la renuncia de Vilas a jugar en Wimbledon por la guerra de Malvinas. La revista Paris Match envió a Rostain a "cazarlos". Los encontró, los fotografió en el mar y los inmortalizó en imágenes que se vendieron en 50 países, aunque nunca se supo cómo llegó a saber dónde estaban.
“Yo tenía la versión de que estaban en Hawaii y la revista Paris Match me envió especialmente para intentar la exclusiva. Por razones de presupuesto no podía hospedarme en hoteles de lujo, así que recalé en el Pioneer. La primera mañana, cuando salí de la habitación, los crucé a Carolina y a Vilas en un pasillo. No lo podía creer. A partir de ahí empecé a seguirlos sigilosamente y obtuve fotos de ellos en todos lados. Las más valiosas periodísticamente las saqué en la playa. Había imágenes de la princesa cortándole el pelo, dándose besos... Hubo algunas que no se publicaron porque eran demasiado subidas de tono”, reveló Rostain años más tarde.
El mundo ya sabía la historia del fugaz romance que terminaría en septiembre tras el fallecimiento de Grace Kelly en un accidente de tránsito. La historia de amor terminaría una semana después de la fatalidad, dado que Carolina era la heredera mayor. Guillermo le daría la joya de Tiffany y ella respondería que debían esperar por la responsabilidad de tomar el legado de su madre. Fue el último encuentro entre ambos.
Vilas y Carolina, en Maui. Imagen: Paris Match.
Vilas tenía un sueño desde que empuñara la raqueta de pequeño en el Club Náutico Mar del Plata. Ganar Roland Garros representaba consagrarse en la superficie en la que se había formado como jugador: el polvo de ladrillo. El deseo se cumplió el 5 de junio de 1977.
"Mi mayor emoción fue cuando gané Roland Garros pero no después del partido. Estaba durmiendo en Londres, soñaba y me desperté: allí me di cuenta de lo que había hecho", contó 20 años después en El Gráfico. La historia detrás de aquella conquista en París está vinculada con la manera de ser de Vilas: tan meticuloso como ganador.
Varios meses antes de Roland Garros, Vilas y el rumano Ion Tiriac, su mítico entrenador, pasaron algunos días de aislamiento. El coach había negociado, en conversaciones de perfil muy oculto, la innovadora planificación específica de una médica rumana llamada Ana Aslan, una gerontóloga famosa por haber descubierto la "pócima de la juventud".
Tapa de El Gráfico del 7 de junio de 1977: Vilas arrasó en Roland Garros.
El vuelo secreto partió de París y descendió en Transilvania, sitio en el que, durante dos semanas, el tenista argentino realizó un visionario tratamiento con Gerovital -un infrecuente compuesto para demorar el envejecimiento- que confluía con los entrenamientos en la montaña y la oxigenación con glóbulos rojos. La puesta a punto terminó en Virginia Beach.
Ya en París, Vilas y Tiriac se abstrajeron en La Faisanderie, un lugar aislado con muchos árboles y un profundo silencio. Allí el argentino se entrenaba, se alimentaba a base de pescado y ocupaba la otra parte del tiempo en la lectura. "De París no vi nada: los quince días los dediqué al tenis", contaría. Después de desfilar durante todo el torneo la final no sería la excepción: derrotó 6-0, 6-3 y 6-0 al estadounidense Brian Gottfried y levantó su primer trofeo de Grand Slam.
El sáque inédito en la historiaFiel a su personalidad de superación interminable, en marzo de 1978 tomó un desafío que, si bien no tuvo grandes resultados, marcó una nueva era en el tenis: modificó la mecánica del saque para impulsar el golpe con todo el cuerpo y dejar de hacerlo sólo con la fuerza del brazo. El objetivo era perfeccionar su juego de ataque en canchas rápidas para apuntar a Wimbledon.
Realmente inédito.
Nadie en la historia del tenis sacó de esta manera. Únicamente Arthur Ashe realiza una mecánica similar y en ella se apoyó Ion Tiriac para idear este servicio: "Guillermo sacaba exclusivamente con el brazo y la manera más directa para utilizar el cuerpo es que tome envión".
Una clara muestra de que Vilas está adaptando su juego a las canchas rápidas, porque este saque es ideal para ellas. Le permitirá una mayor potencia y, al seguir el impulso, llegar más rápido a la red. La última semana dijimos que era la mayor y la más importante modificación que realizó. La mostramos y la analizamos.
Así lo contó El Gráfico, con lujo de detalles, a través de la pluma de Luis Hernández. Cada paso está explicado primero por el propio Vilas.
El saque inédito de Vilas. Diseño: Matías Di Julio.
1. Preparación:Vilas: "No difiere mucho de la anterior. Sólo la distancia del fleje, que es de un metro. La necesaria para tomar impulso".
2. Inicio: Vilas: "Primero muevo las dos piernas juntas en el mismo lugar para tomar el ritmo y luego adelanto el pie izquierdo paralelo a la línea de fondo, para tener una referencia. Eso me permite tener la distancia para el siguiente paso".
3. Arranque: Vilas: "Acá realmente comienza la mecánica de este saque. Porque, al apoyar el pie izquierdo, debo estar bien equilibrado para continuar con el otro paso y tomar la velocidad necesaria".
4. Segundo paso:Vilas: "Esto es determinante. Cuando adelanto la derecha debo comenzar a llevar la raqueta hacia atrás. Esa coordinación es difícil y fundamental para que el saque salga bien".
5. Tirada de pelota:Vilas: "Ya estoy casi en la misma posición que utilizaba antes. Pero como vengo en movimiento la tirada de la pelota es más difícil de hacerla bien".
6. Terminación:Vilas: "El impacto de la pelota es superior y me permite entrar más rápido a la cancha para atacar. En un mes tiene que funcionar; sino buscaremos otra solución. Por ahora estoy conforme pero debo mecanizarlo".
El techno houseDespués del primer retiro, en mayo de 1989 en Roland Garros, Vilas comenzó a edificar su nuevo desafío: la música techno-house. Soñaba, entre tantas otras cosas, con ser cantante, un objetivo que materializó en mayo de 1990, cuando se presentó, junto con su novia norteamericana Michelle Tomaszewski en los coros, en New York City y en Obras.
El periodista César Litvak, en El Gráfico entre 1983 y 1992, cubrió aquella primera aparición de Vilas como cantante, antes de lanzar su disco "Milnuevenoventa". Así comenzó el recuerdo: “Aquel Guillermo ya está definitivamente alejado del circuito. Empezó a coquetear cada vez más en serio con el famoso circuito Senior que organizaba Jimmy Connors y canalizaba la cuestión musical”.
La sorpresa, en aquel momento, fue que Vilas se haya movido del fuerte arraigo que tenía con el rock, sobre todo por su relación con Mark Knopfler, con los Stones y con el Flaco Spinetta, entre otras figuras.
"Me acuerdo que Guillermo me abrió de manera generosa su intimidad; llegué a estar en el backstage en New York City y creo haber tenido un pase por el estudio en el momento en el que grababa, en el barrio de Belgrano. Si hubo algo que me llamó la atención y en un punto me decepcionó, cosa que no recuerdo si tuve la valentía de decírselo, es que Guillermo, de perfil claramente rockero, empezara a coquetear con el techno y con el house, una música y una movida completamente incipiente de Estados Unidos y Europa, pero que acá era patrimonio de determinado ecosistema discotequero. Además era contrario a la tribu rockera”, profundizó Litvak.
-¿Por qué terminaste expresándote a través de la música house?-
Litvak fue directo con la pregunta, una de las tantas publicadas en mayo de 1990 en El Gráfico, en la nota titulada "¡Silencio, por favor: hoy canta Vilas". La respuesta tuvo su típico tinte Vilas: "Por varias razones. Por más que a mí me gusten los Rolling o tantos otros, sólo me gusta para escucharlos, no para hacer lo mismo. Es como cuando le ves una remera roja a alguien y decís: '¡Qué buena que le queda!", pero cuando vas a comprar una para vos elegís azul. Además el house es un estilo ideal para alguien como yo que no tiene mucha técnica musical y que da mucha libertad por estar en plena evolución".
"Silencio, hoy canta Vilas", tituló El Gráfico.
Litvak, que tras su paso por El Gráfico se fue al diario Clarín, rememoró: “Guillermo hablaba de su gusto por los Stones, por Lou Reed, de su relación con Mark Knopfler y los Dire Straits, de su relación con Lars Ulrich, a quien tuvo en sus brazos porque jugaba con su padre Torben Ulrich. Es decir: tenía un background y su referencia local era la conocida amistad que tenía con el Flaco Spinetta. Me desorientó mucho aquel corrimiento”.
Claro, la producción musical del house es de pregrabados y le facilitaba la incursión en la música a Vilas porque, entre las pistas, sólo tenía que cantar. No había banda. No había más nada que eso. "Siempre fue un gran fan de la música pero nunca fue un dotado", sostuvo Litvak.
“El disco fue una gran novedad. La nota mía fue la primera que dio detalles de lo que sería el disco de Vilas. No había muchos medios rockeros. El Gráfico estaba encima de aquel tema particularmente por mi gusto musical y por mi obsesión absoluta con el personaje Vilas, que estaba en mi radar porque siempre era nota: jugaba al tenis, o se retiraba del tenis, o era posible capitán de la Copa Davis o, en este caso, se metía en el mundo de la música. Fue una gran sorpresa”, expresó.
En aquella nota, en la que se lo ve a Vilas con camisa colorida, jeans ajustados y botas texanas, el periodista reflejó la postura del astro argentino tras el primer retiro: "Dejé porque no podía más. En los últimos tiempos había dejado de tener pasión por el tenis. Sentía dolor al jugar. Algún día espero volver a querer este deporte".
Sobre el bagaje rockero Litvak recordó: “En 1995, cuando llegaron los Rolling Stones a la Argentina por primera vez para hacer aquellos cinco River, llegué a dormir en el hotel porque tenía como objetivo conseguir fotos de ellos en la intimidad. Y ese tema me volvió a llevar a Vilas, porque era uno de los pocos invitados que frecuentaban la mansión de Keith Richards y Ron Wood. Después Guillermo tuvo intentos musicales, como Dr. Silva, que eran desafíos de corte netamente rockero. Después volvió a las fuentes".
En noviembre de 1992, en efecto, Vilas regresó a sus bases. Lanzó su banda de rock llamada Dr. Silva, en un claro anagrama de su apellido. La nota de El Gráfico de aquel momento, escrita por el entrañable Lucho Hernández, tituló: "Willy on the rock".
La presentación de la banda fue nada menos que en el programa Ritmo de la Noche, de Marcelo Tinelli. "En lugar de la raqueta con la mítica zurda empuñó el micrófono. Ya habían tocado en The Roxy y La Cueva, pero esta fue la presentación masiva de Dr. Silva", narró Hernández respecto del plantel que estaba integrado, entre otros, por Julio Sáenz, el manager del indio Solari.
El corte más famoso del disco de Vilas.
Además de talento y supremacía, Vilas siempre tuvo una vigencia descomunal para lo que fue su época. Permaneció más de diez temporadas en la elite y dejó el tenis, aunque sin anuncio oficial, cuando ya tenía una edad muy avanzada.
Tanto que, después de aquella "despedida" en Roland Garros 1989 ante el italiano Claudio Pistolesi, el zurdo decidió volver a principios de los años '90 para jugar torneos menores.
En total fueron 22 Challengers y dos torneos de ATP, Atlanta y Bordeaux, entre 1991 y 1992, con un registro de cuatro victorias y 24 derrotas. Aquel Vilas, el último de todos, estuvo acompañado por Ariel Ruiz, un entrenador que debutó como tal al lado de la leyenda más grande del tenis argentino.
Vilas y Ruiz, durante una práctica.
"Lo conocí a Guillermo cuando yo trabajaba con Tito Vázquez y con Pablo Martin, que fue entrenador de Guillermo Cañas y de Fabio Fognini, por ejemplo. Vino a hacer una pretemporada con nosotros a la academia y a los pocos meses me pidió que viajara con él. Empecé a mediados de 1990 y nos fuimos a entrenarnos a Nueva York. Hicimos exhibiciones, jugamos torneos, vivimos juntos, pasé 14 navidades y 14 años nuevos con él", dijo Ruiz, quien luego entrenó a jugadores como Juan Ignacio Chela, Federico Coria o Juan Ignacio Londero, en diálogo con El Gráfico.
Y recordó: "Le tengo un afecto muy grande más allá de ser una persona difícil como todo ídolo. Aprendí mucho y viví grandes experiencias siendo yo muy joven, con 25 años. Tuvimos una amistad muy grande".
Los viajes en helicópteroVilas fue protagonista excluyente de una era diferente del tenis, cuando la vida era más artesanal. No existían los jugadores de la elite que hoy llegan a los clubes con un séquito de diez personas, todas parte sustancial de sus equipos de trabajo. Vilas mantenía una amistad con otros grandes campeones como Björn Borg o Vitas Gerulaitis, pero su único ladero era Tiriac, que oficiaba de todo a la vez: manager, entrenador, amigo, compañero, armador de viajes.
Por tanto, como se puede imaginar, había lugar para sucesos imposibles de avizorar por estos tiempos. Algunos torneos se jugaban en lugares insólitos como North Conway, por caso.
Aquel pueblo, que 40 años atrás tenía no más de diez mil habitantes, estaba rodeado de montañas y bosques. En ese lugar se jugaba un torneo del Grand Prix, sobre polvo de ladrillo al aire libre, que repartía 200 mil dólares de la época.
Llegar a ese sitio era poco menos que una aventura. Había que recalar en el aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, para tomar luego un pequeño vuelo hacia la ciudad de Portland, la más cercana a North Conway. Pero para arribar faltaban 300 kilómetros.
Vilas jugó aquel torneo en 1983, en julio, el último año de esplendor de su carrera, en el que ganó su última corona en la ciudad austríaca de Kitzbühel, casualmente una semana antes.
Vilas, con su entrenador Tiriac, en la llegada al club en North Conway.
Para llegar a North Conway, entonces, había que tomar un último paso: alquilar una de las viejas avionetas Cessna de cuatro plazas. La curiosidad es que aquella aeronave era piloteada por un hombre llamado Frank Heller, que también era propietario del pequeño aeropuerto en el que había que aterrizar. Esas avionetas se encargaban de trasladar a los tenistas del torneo. Eran cuarenta minutos de vuelo sobre las montañas blancas del Estado de New Hampshire.
En aquel torneo Vilas, abrumado por el caso garantías -ese año fue acusado por el Consejo Profesional de Tenis por haber cobrado garantías, el dinero de los torneos para asegurarse las diguras que en aquel momento estaba prohibido, en el torneo de Rotterdam, en marzo-, sufrió el asedio del periodismo estadounidense que sólo estaba preocupado por la probable suspensión -sería levantada en enero de 1984-.
El argentino perdería en los cuartos de final por 6-4 y 6-4 ante el ecuatoriano Andrés Gómez. Lo más increíble de aquel torneo, de todos modos, era incluso la forma de llegar al estadio, que tenía dos canchas con una misma tribuna tubular compartida.
Vilas, como solía hacer en algunos otros torneos con accesos "imposibles", había alquilado un helicóptero por gestión de Tiriac para llegar de una manera muy poco habitual a los partidos que debía jugar. El lugar elegido para el estadio tenía un ingreso que marcaba una dificultad para entrar por la carretera. El tenis romántico de otra vida.
La doble cancha del estadio, con tribunas tubulares.
Vilas siempre fiue profundamente curioso. Esa curiosidad lo llevó a amar la lectura, congraciarse en profundidad con la poesía y hasta incursionar en la escritura. La influencia fue directa: es un fanático del pensador indio Jiddu Krishnamurti, de quien presenció una primera charla que le cambió la vida.
El momento fundacional de su faceta de poeta, que le valió el famoso apodo, quedó representado cuando conoció al propio Krishnamurti en Suiza, en 1974. El zurdo decía que Krishnamurti profundizaba sobre tópicos existenciales como la vida, la muerte y el miedo.
El impulso creativo lo llevó a editar, en 1975 y con apenas 23 años, su primer libro de poesía: Veinticinco. “Me leo. Me releo. A veces me gusto. A veces no”, decía Vilas.
En 1981 publicó su segunda obra, Cosecha de cuatro (Galerna), con un dibujo del reconocido artista plástico Pérez Celis. El prólogo lo escribió nada menos que Luis Alberto Spinetta, con quien mantuvo una gran amistad.
“Yo diría que estas poesías tienen la enorme verdad de un guerrero de la derrota y del triunfo, a quien celebro más apto para la discusión de la autenticidad que aquellos que se han reencontrado innumerables veces con su poeta de turno”, narra el Flaco en un pasaje del prólogo de ese libro.
Cinco años antes, en 1976, el tenista había lanzado Guillermo Vilas. Quién soy y cómo juego, editado por El Gráfico, en el que detallaba su propio estilo para jugar, una obra que se transformó en una legendaria pieza para los coleccionistas.
Los tres libros de Vilas.
El vínculo más intenso y estrecho que mantuvo Vilas, en términos artísticos, fue con el mismísimo Luis Alberto Spinetta, cuyo hijo Dante es su ahijado.
Al Flaco lo conoció a través de un amigo de Modesto Tito Vázquez llamado Mike Marcus, que había coincidido con el ex capitán de Copa Davis en la Universidad de California y quería hacer un documental sobre su vida, un proyecto que nunca vería la luz.
La amistad fue tan estrecha que Vilas utilizó su influencia internacional gestionó, en 1979, una grabación en los estudios de la CBS en los Estados Unidos, con el aporte de Marcus, para que Spinetta editara su único álbum en inglés: Only Love Can Sustain (Sólo el amor puede sostener). El disco contenía, como dato llamativo, un tema compuesto por el propio Vilas, cuyo título era “Children of the Bells” (Los Niños de las Campanas). El álbum resultó ser un fracaso y hasta fue cuasi olvidado por Spinetta.
La música fue una de las bases en la personalidad de Vilas. Tenía mucho recorrido con el rock, era amigo de las estrellas. "Tenía una de las colecciones de guitarras más grandes de la historia. Fue un tipo muy particular. En una navidad le llevó de regalo a Yannick Noah una Fender Stratocaster", contó Tito Vázquez, en una charla con El Gráfico.
El ex capitán, que compartió con Vilas los años del circuito WCT (World Championship Tennis, un tour nacido en 1967 que sirvió para impulsar la Era Abierta) y lo conoció de manera profunda, recordó su paso por el techno-house y su relación con Spinetta: "Fue bravo por las críticas: el ambiente del tenis es bravo y el ambiente de la música también. Un poco lo sufrió en la música, pero era amigo de muy chico de Spinetta. En 1974, cuando ganó el Masters, pasó a ser un tipo conocido, y los tipos conocidos tienen la posibilidad de conocer a otros conocidos. Se hizo amigo del Flaco y lo llevó una vez que se fue a jugar a Polonia. Imaginate que Guillermo es el padrino de Dante Spinetta".
El disco completo.
En torno al documental, en diálogo con La Nación, Vázquez rememoró: “Escribimos un guión. Recuerdo el comienzo: era una filmación de larga distancia en la que se ve la caída del sol, un flaco aparecía corriendo en la playa, que era Vilas. Luego te vas acercando, se escucha el sonido del mar y termina con la cara de Guillermo, con la música de Pink Floyd de fondo y de golpe Vilas que aparece en la cancha central de Wimbledon. ‘And you run, and you run to catch up with the sun but it’s sinking‘ (Y corres, y corres para alcanzar el sol pero se está hundiendo), decía una parte de la canción que habíamos elegido, Time, de Floyd”.
Marcus se reunió varias veces más con Vilas pero el proyecto quedó trunco. Sí apareció, sin embargo, un corto inédito de la autoría del realizador, llamado "El campeón con alma de artista".
En ese material, a esta altura de un valor histórico, la voz del propio Vilas narra: “El tenis es una vida muy especial. Va más allá de un deporte. No sólo uno tiene que mejorar técnicamente, sino adaptarse a un estilo de vida que no existe, quizá, en ningún otro lugar del mundo. Nosotros estamos viajando constantemente, todas las semanas, por distintos hoteles. Para gozar de un momento como este, en el que estoy en mi departamento, quizá tienen que pasar siete, ocho meses, un año. Como tenista siempre necesitamos tener distintos lugares para vivir. Estoy en Mar del Plata y en Buenos Aires, y también en Montecarlo, que es el lugar más céntrico en caso de terminar un torneo temprano y estar ahí para pasar unos días, ya que Argentina está muy lejos de todo. Pero es una vida muy especial. Uno se acostumbra a no tener una casa o se acostumbra a tener muchas casas”.
El corto sobre la vida de Vilas.