De vuelta a 'El hoyo 2': "El privilegio es creer que el sufrimiento de ...

8 horas atrás

La película de Galder Gaztelu-Urrutia que en 2019 nos explicó con una obviedad a prueba de metáforas la pandemia, el capitalismo y hasta la naturaleza humana vive por fin su muy esperada secuela

El hoyo 2 - Figure 1
Foto El Mundo

Hovik Keuchkerian en un momento de 'El hoyo 2'.NETFLIXMUNDO

Luis Martínez San Sebastián

Actualizado Sábado, 5 octubre 2024 - 00:45

Vivimos en un hoyo. El capitalismo es un hoyo. Los hoyos comen hoyos. Si algo nos enseñó la película que mejor explicó la crisis del papel higiénico en plena pandemia es que pocas metáforas tan claras, efectivas y hasta evidentes como la del hoyo. El hoyo de Galder Gaztelu-Urrutia es como el abismo de Nietzsche. Si miras demasiado tiempo dentro de él, es el hoyo el que te devuelve la mirada. Pues bien, han pasado cinco años y la película El hoyo, ahora en cursiva, nos mira y tiene por fin la secuela que merece. Además, aparece con la numeración que corresponde a su gesto tan obvio como irrefutable: la segunda parte del El hoyo atiende al nombre de El hoyo 2. «La verdad, acabé tan saturado que me hice la promesa de no volver», comenta el director en el Festival de San Sebastián donde la cinta de Netflix vivió su estreno y lo hace justo antes de aclarar por qué decidió romper su promesa: «No me quedó más remedio». En verdad, la secuela obedece punto por punto a este principio. Desde el primer al último plano todo responde al extraño principio de la falta de remedio.

Para situarnos y por aquello de recuperar la memoria, El hoyo, el original, fue exactamente lo que decía su título: un hoyo; un agujero distribuido en 333 pisos con dos personas cada uno (666 en total) por donde diariamente descendía una plataforma con comida. Los de arriba tenían que elegir (siempre es una elección) entre comer lo que necesitaban o lo que les apetecía. Si lo primero, quedaba suficiente para todos; si lo segundo, no. Por supuesto, y puesto que somos lo que somos, lo que se asomaba a la pantalla no era más que el desastre. El nuestro de todos los días. Tan obvio. Tan actual. Tan nosotros. Tan hoyo.

¿Y ahora? «Manejamos varias ideas y al final nos decidimos por ésta», dice lacónico el director. Y acierta. Lo que se ve en El hoyo 2 es «ésta» que no «aquélla». Y ésta es muy ésta, es decir, ésta es exactamente el mundo que pisamos. Lo que importa ahora no es tanto el mecanismo que anima la distribución de la comida como las teorías que con el tiempo surgen para que la comida llegue al mayor número posible de comensales. Hablamos de civilización, en sentido genérico, y de la ideología que la sostiene en un sentido mucho más concreto. Colectivismo, liberalismo, capitalismo... Da igual. Aquí estamos para fracasar. Hablamos, para entendernos, del modo cómo el egoísmo se autorregula para que todos podamos ser más egoístas todavía.

Es decir, ha pasado el tiempo (no sabemos cuánto) y el hoyo ha desarrollado un principio de ley (¿o era religión?) que lo hace todo no más justo, pero sí más ordenado. El atormentado personaje de Milena Smit oficia de experta y el de Hovik Keuchkerian de neófito tragaldabas. Inspirados por el mito de aliento cristiano de un prisionero que alimentó a otros con su propia carne, cada recluso es conminado a comer solo del plato que eligió como favorito al llegar. Nada más. Quien no cumpla deberá pagar, incluso con su vida. ¿Absurdo?

«Ese plato», comenta didáctico el director, «es un símbolo de lo que heredamos; es una forma de representar los privilegios de clase y de cómo los defendemos a pesar incluso de nosotros mismos. Bajo la excusa de la redistribución, en verdad, lo único que nos preocupa es lo nuestro». Pausa. «Y ése es un poco el sentido de la película o, mejor, la pregunta que quiere plantear al espectador. Si te despiertas en un nivel determinado [cada mes se reparten de nuevo las plazas] cómo te comportas con los que están por encima y con lo de abajo. Todo pasa por el tamiz de la subjetividad y el privilegio consiste en considerar natural lo que los demás sufren. Lo que nos parece horrible cuando lo padecemos nos resulta natural cuando disfrutamos de ello». Nueva pausa. «Yo soy de los que se pasan la vida echando la culpa a los de arriba, como tantos. Pero cuando me asomo al hoyo veo que hay bastantes más niveles abajo que arriba. Nos cuesta entender que cuanto más arriba mayor es la responsabilidad». Y así.

Todo es de una obviedad que, en efecto, alimenta. Y ahí su virtud y su evidencia. Volvemos a mirar El hoyo ya sin problemas de papel higiénico y, como era de prever, el hoyo nos devuelve la mirada.

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