Promediando la tercera temporada de EL ENCARGADO tuve la sensación de que, finalmente, esta era la más honesta de todas ellas. Eliseo Basurto, el encargado de edificios que interpreta Guillermo Francella, ya no podía siquiera caerle simpático a los espectadores. Era, a todas luces, un villano más de los tantos tipos egoístas y miserables que pululan por la serie. Uno podría estar más o menos de acuerdo con sus opiniones, pero los creadores de la serie en cierto punto le habían soltado la mano y admitido que el tipo, al fin y al cabo, era tan monstruoso, patético y miserable como todos los demás. Pero no, no era tan así. Pero para llegar a eso, falta.
La temporada tres encuentra a Eliseo Basurto ya sin enemigos ni problemas en el coqueto edificio del barrio de Belgrano en el que trabaja, tras haber destrozado y echado del consorcio a su principal enemigo, Matías Zambrano (Gabriel Goity). Convocado a un Encuentro de Encargados en Río de Janeiro, se da cuenta que no disfruta el sol, ni la playa, ni la comida de ese país, ni como limpian en su hotel, ni la gente, ni los otros disertantes («qué aburrido este mexicano», se lo escucha pensar) y que piensa que estos encuentros no tienen sentido alguno y son solo una excusa para irse de vacaciones pagas y llorar por supuestas penurias (algo que probablemente sea cierto). Pero Eliseo es proactivo, no llora (no lo dice, pero uno asume que piensa que es «cosa de zurdos») y vuelve fastidiado. La serie, literalmente, no pasa ni diez minutos en Brasil.
Tan proactivo es que durante toda la temporada lo que hará será intentar sumar a los distintos encargados de su barrio a un proyecto personal de tercerización laboral, una pyme llamada SIB (Soluciones Integradas Basurto) que contrata a encargados y los tiene en un regimen de cuentapropistas, una suerte de Uber del gremio, por fuera de cualquier convenio, sindicato o regulación laboral. Su empresa funciona muy bien, dice, la gente gana más y está más contenta, asegura, pero tiene un pequeño problema: ninguno de sus colegas quiere ser parte de ese sistema al que consideran perverso y hecho para el beneficio personal de Eliseo. Y es así que la serie vuelve a su formato habitual, con el tipo armando trampas para cazar personas, presionarlas y forzarlas a hacer lo que él quiere.
La temporada se organizará de esa manera, con Eliseo haciendo sus trucos, forzando a los encargados a sumarse a su «emprendimiento», hasta chocarse con Zambrano (que vive en un edificio al que también quiere entrar con su empresa) y con el encargado del edificio de al lado, Gómez (Manuel Vicente), que se resisten a su bombardeo de trampas, aprietes y con el que se tiran «carpetazos» mutuos. A la par de esta guerra entre colegas, la temporada jugará con el reencuentro de Eliseo con Clarita (Claudia Fontán), que no era su esposa y no estaba muerta; mantendrá las fantasmales visitas de Beba (Pochi Ducasse), cada vez más guarra y fastidiada con los comportamientos de Eliseo, y encontrará una rara manera de meter como invitado a Benjamín Vicuña, como un nuevo inquilino con un muy específico problema.
Pero, y acá vienen los SPOILERS de los últimos episodios, cuando todo parecía correr por el lado de un previsible encuentro entre monstruos de distintas calañas y hábitos, EL ENCARGADO pega un vuelco sobre el final para volver a ser lo que antes era, una suerte de demostración de que, más allá de sus malas artes, la filosofía y la manera de trabajar de Eliseo es preferible a la tradicional. La primera cuestión se revela de a poco: su empresa no es una estafa piramidal ni nada parecido. Al contrario, todos los que fueron un poco forzados a trabajar en ella están felices con el cambio: están desregulados, ganan más, no tienen que aportar «a sindicatos que no hacen nada por nosotros», cobran extras por tal o cual cosa y hablan de la empresa de Basurto como lo mejor que les pasó en las vidas.
En el último episodio, apretado por un escrache de gente que corta la calle y manifiesta en su contra, el tipo tiene que lidiar con lo que Cohn y Duprat consideran lo más execrable de la raza humana: las autoridades, los militantes, las regulaciones, los controles estatales. En otras palabras: la casta. Y cuando todo parezca perdido, Basurto no solo encontrará –como siempre lo hace– la manera de sobrevivir, sino que hasta nos ofrecerá un discurso de empoderamiento individual y en contra de cualquier intromisión estatal o regulación que deja en claro que, monstruo contra monstruo, los autores están claramente de su lado. Y, considerando lo que pasa de allí en adelante –la temporada termina como una versión oscura de una película de Frank Capra–, asumen que el espectador lo estará también.
Sobre el final, en una broma que bien podría no serlo, Eliseo es convocado a ir a la Casa Rosada a visitar al presidente. Es que, ovacionado por «la gente de bien» tras su discurso desregulador ante el Congreso de la Nación, uno imagina que un tipo como Javier Milei bien podría pararse y aplaudirlo. Aquí no se dice ni quien es el presidente ni se lo ve, pero tranquilamente podría haber aparecido el actual mandatario, ya que Eliseo es un personaje representativo, en su amplio espectro, de sus ideales libertarios, un tipo que cree fervientemente en sus mismas ideas. Quizás estemos ante la primera ficción pro-Milei del audiovisual argentino, una obra hecha por y sobre gente que, a su manera, «la vio». Habrá que ver cómo sigue funcionando la empresa en las próximas temporadas…