"Cien años de soledad", la mejor adaptación posible confirma que ...
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Pocos comienzos tan mágicos e hipnóticos existen en la historia de la literatura como el de Cien años de soledad, la obra maestra de Gabriel García Márquez. En apenas unas líneas el escritor consigue dejar claro el estilo de una prosa de una belleza descomunal, que cabalga entre lo narrativo y lo poético, y que convierte algo tan cotidiano como un pedazo de hielo en un elemento de corte fantástico que muestra también, de alguna forma, los primeros coqueteos de la novela con eso que luego se llamaría realismo mágico.
La profundidad de Cien años de soledad y su extensión que abarca varías líneas de descendencia de los Buendía siempre habían sido dos de los motivos por los que se la puso el adjetivo de inadaptable. Era una de esas novelas que parecían imposibles de ser trasladadas a imágenes. Pero no era solo una cuestión de tamaño y densidad, sino principalmente de estilo: ¿cómo se podía mostrar en una imagen las palabras tan hermosas con las que García Márquez describe todo lo que ocurre en su imaginada Macondo? La respuesta la deja clara la adaptación en formato de serie que Netflix ha realizado con el apoyo de los hijos del autor. No se podía.
La súper producción comienza con la voz en off que dice esas primeras frases de la obra mientras presenta a Aureliano imaginándose de pequeño frente al hielo. Es un momento precioso y emocionante. Lo es porque uno escucha aquellas palabras que siempre se imaginó en su cabeza por primera vez convertidas en carne. Y es en ese primer segundo cuando uno entiende que lo que realmente emociona de Cien años de soledad, más que su historia, es la forma en la que Gabo la escribió. Inigualable. Insuperable.
Cien años de soledad, la serie, lo sabe. Es consciente y no lo esconde. Por ello mantiene en los momentos más trascendentales esa narración omnisciente que sobrevuela por encima de todo. Es una decisión honesta y acertada, pero que también plantea la gran duda: ¿era necesario hacer esta serie si lo que funciona mejor es la palabra? García Márquez se opuso siempre a realizar una película sobre su novela. De hecho, en varias ocasiones contó que eran las tramas que había intentado vender en forma de guiones, basadas en las tradiciones orales que escuchaba a su familia y conocidos, las que conformaron la historia al haber sido rechazadas por los productores audiovisuales.
Sentimientos encontrados ante el logro de la adaptaciónEs cierto que en el momento en el que Cien años de soledad quiso ser adaptada hubiera sufrido dos grandes males. El primero, es que lejos del boom de la ficción habría sido una película. Algo que hubiera sido un fracaso estrepitoso. En tres horas es imposible condensar ni una milésima parte del espíritu y la trama de la obra original. El segundo, es que para levantar una ficción tan ambiciosa como esta, que requiere reconstruir Macondo, hubiera sido, casi seguro, rodada en inglés. El escritor siempre dijo que eso era impensable, y la condición que pusieron sus herederos era que debía ser en español.
Así es, y eso es algo importante. Que Cien años de soledad exista es un éxito para la ficción hablada en español. Que se haya hecho con tantos medios, con los mejores profesionales y con tanto gusto es digno de aplauso. Se nota en cada fotograma, en la fotografía, en la dirección artística, en la banda sonora… Todo desprende un amor sincero y enorme hacia la obra original. Eso hace que uno asista a estos primeros ocho episodios (que conforman la mitad de la adaptación) ante sentimientos encontrados. Los que le dicen que Gabo nunca quiso que se adaptara. Lo que siente al confirmar que son sus palabras escritas las que todo lo elevan. Enfrentadas a la emoción de ver en imágenes y con tal poderío lo que soñó. Escucharlas en español. No solo eso, con acento colombiano, como las pensó Gabo.
La adaptación de Cien años de soledad es la mejor adaptación posible. Es muy complicado hacerlo mejor. Puede que imposible. También es la constancia definitiva de que la obra maestra de García Márquez es inalcanzable. Aun así la serie se eleva en momentos hasta rozarla con los dedos, como en las mágicas elipsis y transiciones. O en el momento en el que entra en juego la parte más política de la obra, con la llegada de los partidos políticos y las elecciones a Macondo. En ese sentido, se sienten mucho más especiales los capítulos dirigidos por Laura Mora (directora que ya manifestó un gusto por algo similar al realismo mágico en la excelente película Los reyes del mundo), que los rodados por Álex García, que se basan más en la espectacularidad.
Aciertan en no subrayar tampoco los elementos del realismo mágico, sino en adoptarlos como algo natural dentro del propio estilo de la serie, que también gravita siempre en un terreno casi imaginado, en parte al estar marcados y dirigidos por la voz en off. Estos momentos suelen ir acompañados de dicha voz creando momentos que se alejan del riesgo de acabar convertidos en un anuncio de colonia preciosista. Por supuesto la lluvia de flores amarillas es uno de los clímax dramáticos de esta primera parte (por el acontecimiento que lleva aparejado y que los lectores de la novela ya sabrán). Aciertan también en el reparto, que se asemejan a cómo uno pensó en muchos de los personajes, especialmente en el espigado, apuesto y taciturno Aureliano de mayor al que interpreta Claudo Cataño. O esa fuerza de la naturaleza que es Marleyda Soto como Úrsula en su vejez.
Aunque suene a lugar común –había un chiste al respecto en la gran El sol del futuro, de Nanni Moretti–, que Cien años de soledad se vaya a ver en 190 países es un logro para la literatura en español y para la ficción. Hará que muchos quieran leer por primera vez una obra insuperable, y a los ya enamorados hará que la quieran releer casi a la vez que disfrutan de estos primeros ocho episodios que se beben con gusto, que hasta emocionan y que acaban en alto para que el espectador quiera seguir acompañando a los Buendía en su repaso por la historia de Colombia a través de ese Macondo inventado que no era más que un trasunto con el que Gabo radiografió una forma de ser y a todo un país entero.