Che: la primicia de su asesinato

9 Oct 2023

En la mañana del 12 de octubre de 1967 partió del aeroparque una avioneta Cessna 182 con el logotipo del diario “Crónica” en los costados del fuselaje. El piloto era Miguel Fitz Gerald. Sus pasajeros: el fotógrafo Hugo Lazardaris y el cronista Walter Operto de la revista “Así”, otro medio de Héctor Ricardo García. El destino era Bolivia.

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Foto Télam

Tres días antes el jefe de sus Fuerzas Armadas, general Alfredo Ovando Candia, había informado la “caída en combate” de Ernesto Guevara, sucedida el domingo 8 en la quebrada de Yuro, próxima al poblado de La Higuera. Y hasta reveló sus presuntas últimas palabras: “Soy el Che. He fracasado”.

Al día siguiente su cuerpo fue colocado en una camilla sujeta al tren de aterrizaje de un helicóptero para llevarlo a la pequeña ciudad de Vallegrande, en el oriente del país. Allí, sobre una pileta de hormigón en el lavadero del hospital Nuestro Señor de Malta, permaneció en exhibición esa noche y todo el día siguiente con la cabeza alzada y los ojos muy abiertos. Una multitud de soldados y pobladores desfiló ante ese cuerpo que, de modo macabro, parecía estar vivo. Entre las monjas del hospital se difundió rápidamente la impresión de que presentaba una extraordinaria semejanza con Cristo.

Walter Operto, en su casa de Rosario, a 56 años de su primicia. (Foto: Sebastián Granata)

En Buenos Aires, durante la tarde del miércoles, con una telefoto en la mano de ese rostro, el director de “Así”, Marcos de la Fuente, alzó la mirada, y dijo: “Andá a Bolivia, pibe, para ver cómo fueron las cosas”. Operto cabeceó en señal de asentimiento.

De modo que, ya  al mediodía del viernes, la avioneta sobrevolaba un paisaje de cerros pelados y mesetas frías, separadas por quebradas. Después aparecieron los techos bajos y marrones de Vallegrande. El Cessna, a falta de aeropuerto, aterrizó en una canchita de fútbol. Sus ocupantes estaban lejos de imaginar que allí, en aquella frontera con el fin del mundo, los aguardaba un gran secreto de la Historia del siglo XX. Un secreto que ellos convertirían en una primicia periodística de carácter mundial.

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Foto Télam
La sospecha

Vallegrande era la base principal de las operaciones contrainsurgentes. Y allí reinaba un clima de histeria bélica, mezclada con la silenciosa curiosidad de sus seis mil habitantes. Ellos se asomaban a las calles para ver pasar por sus ojos el curso de los acontecimientos.

A días de cumplirse 56 años de tales circunstancias, Operto recibió a Télam en su departamento de Rosario para evocarlas. El arranque de su relato fue: 

“El piloto quedó en el Cessna. El hospital estaba a tres cuadras. Hugo y yo fuimos allí para empezar nuestro trabajo. Éramos los primeros periodistas extranjeros en llegar a Vallegrande. Después se nos sumó Luis Chouziño. Era el corresponsal en Argentina de la Columbia Televisión Color. Lo primero que hice fue entrevistar al coronel Joaquín Zenteno Anaya”.

Una foto que quedó en la historia, la exhibición del cuerpo del Che.

El militar fue amable pero reticente. Y –según consigna la “Así” en su edición del 24 de octubre– su relato fue: “El 8 del corriente unos campesinos avisaron que el Che y otros guerrilleros estaban en la zona. Un contingente de Rangers salió en esa dirección, individualizando a los acompañantes del Che. Ellos se retiraron. Y el Che se quedó para enfrentar el ataque”.

Operto entonces preguntó: “¿La muerte del Che fue instantánea?”. Y el coronel soltó: “No sabría qué decirle. No estuve en combate”. Seguidamente, no dudó en repetir la supuesta frase póstuma del guerrillero.

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Foto Télam

Ahora, en su diálogo con Télam, Operto sumó un detalle: “Yo le pedí permiso para hablar con soldados que combatieron en la quebrada de Yuro, pero él me negó sus presencias en Vallegrande. ‘Aquí en no hay ninguno –me dijo–. Todos están en La Higuera’. Yo quería verlos para que me contaran cómo había sido el combate final del Che. No teniendo aún motivos para no creerle al militar, descarté la posibilidad de esas entrevistas. Después hablé con el doctor Martínez Caso, el médico que había realizado la autopsia. Eso fue en su propia casa, a unas pocas cuadras del hospital. Mi diálogo con él fue más revelador, ya que me confirmó el ‘tiro de gracia’. Aseguró que nadie con un tiro en el corazón tiene vida para decir: ‘He fracasado’. Y de pronto me preguntó si no habíamos hablado con los soldados que habían combatido en el Yuro. ‘No –le respondí– ¿Por qué? ¿Dónde están?’ La respuesta fue: ‘En el hospital hay algunos heridos.’ Le pedí los nombres: ‘Uno se apellida Choque’, fue la respuesta. Con este dato nos despedimos del médico y comenzamos a pensar en cómo llegar hasta los soldados. Chouziño nos acompañaba”. 

La espectacular cobertura de Operto en la revista "Así". (Foto: Sebastián Granata) La certeza

Operto, Lazaridis y Chouziño atravesaron la plaza principal de Vallegrande con suma ansiedad. Les cosquilleaba un interrogante: ¿acaso el Che fue por unas horas prisionero del Ejército antes de ser fusilado? La clave estaba en los soldados heridos. Aún hoy el veterano cronista guarda un recuerdo preciso de aquellas circunstancias:  “¿Qué hacemos? ¿Ver nuevamente a Zenteno Anaya para hablar con los soldados?  Tarea obviamente inútil. Entonces decidimos encarar la guardia del hospital a paso militar. Saludamos con un muy castrense ‘¡Buenos días!’, y así conseguimos que nos dieran paso. Ya en el interior vi a una enfermera en una de las galerías. ‘¡Enfermera! –le grité–, ¿dónde está el soldado Choque?’ ‘Allí, señor’, dijo, señalando un puerta. Entramos. Allí estaban, en sus camas, varios de los soldados heridos. ‘¿Quién es Choque?’, pregunté. Uno levantó un brazo. Fuimos a él. Todo fue veloz”.

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Foto Télam

La crónica de Operto en "Así" reproduce esa entrevista:

–¿Peleaste en la Quebrada del Yuro?

–Sí, señor.

–¿Lo viste vivo o muerto al Che?

–Lo vi vivo, señor. 

–¿Y cuándo lo mataron?

–Al día siguiente. Le dieron un tiro en el corazón.

Lo mismo aseguraron los soldados Taboada, Paco y Giménez; todo fue registrado por las cámaras de Lazaridis y Chouziño. En esa primera revelación los soldados creían que el ejecutor fue el capitán Gary Prado. Sólo uno de los cuatro soldados habló sin precisión de ‘un suboficial’, aludiendo al sargento Mario Terán, quien fue realmente el autor de los disparos. Los tres periodistas se cruzaron las miradas, a sabiendas del carácter inflamable de la información que acababan de obtener.

El soldado Choque le confirmó a Operto que el Che había sido asesinado: "Le dieron un tipo en el corazón". (Foto: Sebastián Granata)

Fue en ese instante cuando un enfermera se asomó a la sala, y empezó a gritar: “¡Llamen a la guardia! ¡Llamen a la guardia!” Los tres, entonces, pusieron los pies en polvorosa. Salieron del hospital para correr hasta el avión. Un jeep militar también se dirigía a toda velocidad hacia la canchita. El vehículo llegó allí a toda velocidad, pero tarde: el Cessna ya remontaba vuelo. Horas más tarde, llegaría a Buenos Aire con la primicia mundial de que el Che fue asesinado. 

En su crónica sobre el verdadero final del Che, Operto se permitió el siguiente remate: “Y el cielo no se oscureció, ni la tierra se partió. Nada de lo que yo pensé para su muerte, ocurrió”.

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