Aurora Vergara, la historia de dolor y coraje de la nueva ministra de ...

18 Mar 2023

Hay un vidrio lleno de números en la casa de la Ministra de Educación. Están escritos con marcador. 2020, 2021, 22, 23, 24... y así hasta el 2027. Son los años, por supuesto, cada uno acompañado de metas cumplidas y otras por cumplir. La lista se detiene en el 27 porque para ese momento Aurora Vergara Figueroa tendrá cuarenta años y ahí espera darle un giro a su vida. Por ningún lado aparece: ocupar un ministerio.

–Eso no estaba en mis planes –dice Vergara, sentada en la sala de su despacho.

Acaba de terminar una reunión y en pocos minutos comenzará otra. La Ministra saluda y abre un cuaderno. Bolígrafo en mano, parece atenta a apuntar detalles de las preguntas que se le empezarán a hacer. Exigente, rigurosa, dispuesta a enseñar, “una profe”, la describe parte del equipo que hoy trabaja a su lado. Una niña disciplinada, estudiosa, “muy centrada para su edad”, la recuerda su primera maestra. Lo que ella es hoy fue sembrado antes. En su infancia.

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Aurora Vergara Figueroa nació en Cali, en mayo de 1987, y a los cuatro años llegó a vivir a Istmina, Chocó, junto a su mamá y su hermano menor. En ese momento ella desconocía las razones por las que la familia –sin el padre– buscaba un destino en otro lugar. Años después entendió que su madre lo había hecho para protegerlos. Allá tenían el apoyo de la abuela materna y de las tías, de esa forma podría llegar a ser menos dura la tarea de tirar para adelante.

El primer recuerdo que tiene de su vida en Istmina es del lugar donde comenzó a estudiar: la Escuela Normal Nuestra Señora de las Mercedes. Aurora, de cinco años, sentada en el salón de clases al que llegaba después de pasar por una pequeña quebrada que cruzaba la escuela. A lo lejos, la montaña donde estaba la diócesis y la casa del monseñor. La Ministra recuerda este paisaje con precisión porque de esa casa solían escaparse las vacas y acababan en el colegio, muy cerca de su salón. “¡Y eso para una niña de esa edad no era cualquier cosa!”. Todo preescolar corría en busca de refugio junto a las profesoras o las alumnas mayores. También recuerda la lonchera que su mamá le alistaba, con dificultades pero con esmero.

María Teresa Figueroa, su madre, era aseadora en el juzgado municipal. Cada día, antes de empezar esa jornada y al finalizarla, preparaba y vendía arepas. Así conseguía un ingreso extra para la familia. Algunas de las monedas que llegaban por las ventas quedaban guardadas en un tarro de Chocolisto. Era un ahorro con un propósito puntual: comprar libros. La vocación lectora que hoy tiene la Ministra –lee casi un libro por semana, se sabe de memoria párrafos enteros de las obras que la impactan, como de la autobiografía de Michelle Obama– viene también de la niñez. Su mamá compraba libros a plazos y Aurora los devoraba. Ya fueran colecciones de ciencias sociales o manuales para aprender mecanografía.

–Hoy miro hacia atrás y me pregunto cómo lo hacía. Cómo tomaba ella la decisión de comprar un plátano o un libro, un pescado o un libro –dice.

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El tiempo de lectura llegaba, eso sí, después de cumplir con las tareas de escuela y de  casa. “En el Chocó se hace oficio todo el día”, resume la Ministra. El hogar debía estar siempre limpio, la ropa sin manchas, las ollas brillantes. Vivieron en una casa con piso de barro: su madre se levantaba a lavarlo y trapearlo todos los días. En eso no había puntos medios . El oficio se hacía. Los momentos para leer eran antes de dormir, los sábados en la mañana, o cuando el río se crecía y los niños debían resguardarse en el segundo piso. Allí, sin nada que la interrumpiera, leía y leía mientras el río no bajara.

Para ese momento su padre ya era una ausencia. Desde niña tenía presente su nombre. Su madre se lo recordaba, se lo repetía, se lo preguntaba, asegurándose de que no se le fuera a olvidar. Acuérdese, su papá se llama Aristóbulo. Con el tiempo tuvo más información: supo que a su padre “lo habían desaparecido”; supo que un día llamaron a su madre y le dijeron: “Ya lo matamos, ya lo enterramos. No lo busque más”. Aristóbulo Vergara, nacido en Buenaventura, alcanzó a dar ejemplo del arrojo que su hija ha demostrado tener. De forma autodidacta, aprendió matemáticas y electricidad y así llegó a trabajar en las Empresas Municipales de Cali. De repente, un día, no volvió. Surgieron versiones, posibilidades, hipótesis. Nada se ha logrado confirmar.

–Tengo memoria de ver el mundo a través de lágrimas –dice la Ministra–. Es tanto el dolor y por tanto tiempo.

¿Dónde está? ¿Qué le pasó? ¿Cuáles habrán sido sus últimas palabras? Esas preguntas y muchas más podían atravesarse en cualquier momento por su mente. A veces, de niña, veía sombras y decía: “Por ahí pasó mi papá, me está acompañando”, y se quedaba tranquila. Ya mayor decidió investigar. Revisó documentos judiciales, indagó en cementerios. Nada. Después de tantos años, su mamá sigue buscando en rostros ajenos rasgos similares a los de Aristóbulo. En varias ocasiones, madre e hija han recorrido calles para ir, por ejemplo, al lugar donde trabaja un vendedor de frutas que su mamá dice que se le parece. Llegan, observan, regresan sin ningún hallazgo.

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–Hay investigaciones en curso basadas en datos concretos –dice Vergara–. Pero incluso con esa dosis de realidad, siempre está la sensación: ¿y si un día vuelve?

La esperanza. La incertidumbre. Llegó un momento en que sintió que necesitaba procesar lo vivido. Comenzó una psicoterapia y decidió escribir un libro. Empezó a hacerlo en forma de carta dirigida a su padre. Cada párrafo le sale bañado en lágrimas. No hay rencor. No hay rabias guardadas por lo que pudo ocurrir. Al contrario: todo lo ha convertido en motivación para trabajar en busca de que lo que ella debió afrontar no tenga que vivirlo ningún niño más en el país.

'Váyase y vuelva hecha una doctora'

“¡Quién iba a imaginar que te estaría escribiendo desde este lugar, que llegaría hasta aquí!”, le dice a su padre en una de las líneas del libro. En ese momento Vergara estaba en Harvard, terminando una estancia postdoctoral. Su hoja de vida no tiene fisuras: socióloga de la Universidad del Valle; con maestría y doctorado en sociología de la Universidad de Massachusetts-Amherst; diez años como profesora del Departamento de Estudios Sociales de la Universidad Icesi, en Cali; directora durante ese mismo periodo del Centro de Estudios Afrodiaspóricos, Ceaf. Ganadora del premio Martin Diskin de Latin American Studies Association. Autora de libros dedicados a la investigación social y a los estudios afrolatinoamericanos. Es, sin duda, una de las mayores expertas en la equidad, la diversidad o la inclusión. Quién lo iba a imaginar, sobre todo si se tiene en cuenta que llegó a pensar en ser monja.

Varias de sus compañeras de Istmina habían elegido ese rumbo ante un panorama económico que no daba esperanzas de ir a la universidad. Ella, además, había sido misionera y recorrido buena parte del Chocó –en momentos en que las balas del conflicto armado se cruzaban sin cesar– desarrollando programas sociales. “Aurora mostraba un perfil muy espiritual que me hizo pensar que sería monja”, dice Juana Murillo, su maestra en preescolar y quien le siguió los pasos en sus años de colegio.

Aurora Vergara se posesionó como ministra el pasado 8 de marzo, en Istmina, Chocó, el pueblo donde creció.

Foto:

Cortesía MinEducación

Vergara alcanzó a tocar las puertas del convento en La Ceja, Antioquia, pero desistió. Lo que en el fondo quería era encontrar pronto la forma de ayudar a su familia. Un sacerdote amigo le dio su primer empleo: secretaria en la Universidad Católica de Oriente, seccional Istmina. Pero le advirtió: que sea algo temporal. “Usted tiene que irse de este pueblo y estudiar”, le dijo. “Váyase y vuelva hecha toda una doctora”, le insistió una amiga. Y esa frase caló en Vergara como ninguna otra.

Tomó la decisión de viajar a Cali y estudiar sociología en la Universidad del Valle, opción que se veía viable luego de haber ganado el premio Andrés Bello. Con unos trescientos mil pesos ahorrados durante los seis meses que trabajó como secretaria, alistó maletas. Lo hizo a pesar del llanto de su madre, que no entendía cómo su hija de 17 años iba a irse sola y sin dinero. Pero terminó por aceptar. Incluso quitó unas cortinas que había comprado, las cortó y le hizo con ellas unas cobijas gruesas para que se las llevara. Las cosió a mano. La Ministra todavía conserva esas cobijas y recuerda que le sirvieron mucho: las ponía entre ella y el piso de la habitación a donde llegó a vivir. No tenía cama.

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A punta de buenas notas consiguió becas y beneficios que le ayudaron a avanzar semestre tras semestre. Trabajó como vendedora, recibió el apoyo de un tío que vivía en el distrito de Aguablanca y así logró un techo más seguro. Cuando estaba en sexto semestre, un profesor que había llegado de Estados Unidos con una beca Fulbright leyó varios de sus trabajos y le dijo: “Usted escribe mejor que muchos estudiantes de doctorado. Tiene que aplicar”. ¿Un doctorado? ¿Ella podría? Se interesó, pero con sinceridad le dijo que no tenía plata para presentarse. El profesor se sentó a su lado, la ayudó a hacer la aplicación y le prestó su tarjeta de crédito para el pago. Un gesto de solidaridad que ahora la Ministra replica con jóvenes que están en la misma situación que ella vivió.

Acabó viajando a Estados Unidos –con un inglés imperfecto que hoy se oye nativo– y obtuvo el doctorado. Tenía 25 años. Ese fue el primer dato que llamó la atención de Francisco Piedrahita, entonces rector de  la Universidad Icesi. Por intermedio de la exministra Paula Moreno, había recibido información de una joven talentosa que estaba por volver al país. A Piedrahita le sorprendió su hoja de vida y la contrató como profesora. “¡A ver cómo le va!”, pensó, teniendo en cuenta su edad y su falta de experiencia en el área pedagógica. Al poco tiempo se le ocurrió preguntarles a los alumnos sobre la nueva maestra: no pararon de elogiarla.

“Aurora vino y voló por su cuenta. Ella fue quien nos propuso la creación del Centro de Estudios Afrodiaspóricos –dice Piedrahita–. Tiene una combinación de talento, liderazgo, buena formación y buena ejecución. Se rodea bien y sabe conectar con la gente”. También suele dejar huella en sus estudiantes. Melisa Londoño, alumna suya en Icesi y hoy estudiante en Harvard, afirma: “Soy lo que soy y estoy donde estoy gracias a la profesora Aurora”. Melisa cuenta que sus clases eran una fuente de inspiración, no sólo por su historia sino por la forma de comunicar. “Ella no enseña por enseñar. Siente pasión por lo que transmite”.

En Istmina, durante una visita a la Escuela Normal Nuestra Señora de las Mercedes, donde estudió.

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Cortesía MinEducación

Cuando Aurora Vergara llegó de primípara a la universidad, vio un letrero en una puerta que decía ‘Docente-Investigadora’. De inmediato pensó: “Eso es lo que quiero ser”. Empezó a repetirlo como un mantra: docente-investigadora, docente-investigadora. En eso se convirtió. La política y el mundo público no estaban en sus planes. Con excepción de un corto paso por el Departamento de Prosperidad Social –donde estuvo en el 2011 porque le interesaba conocer el andamiaje del Estado– su vida han sido las aulas y la investigación.

Fue por su trabajo con comunidades afrocolombianas que conoció a Francia Márquez, hace ya varios años. Tienen una amistad cercana, según algunos allegados. También las une la admiración. En una entrevista que Tiempo Argentino le hizo a Márquez a mediados del año pasado, le preguntaron por sus referentes, las figuras en las que se inspira. La vicepresidenta citó a Aurora Vergara, al lado de nombres tan representativos como el de la filósofa y activista estadounidense Angela Davis.

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Sin dejar su cargo en la universidad ni la dirección del Ceaf, Vergara aceptó en junio pasado ser la delegada de la entonces vicepresidenta electa en el equipo de empalme del gobierno de Gustavo Petro. Considerada como uno de los nombres fuertes en la línea de Francia Márquez, Vergara llegó a sonar para varios cargos, entre ellos el Departamento Nacional de Planeación. Al final se concretó su nombramiento como Viceministra de Educación. En ese momento detuvo su vida en la academia y entró en la esfera pública. “Las mujeres continuamos haciendo historia", escribió Márquez en un tuit, felicitando la designación de Vergara. Siete meses después, tras la salida de Alejandro Gaviria, se convirtió en la titular del ministerio.

¿Qué vendrá después de este paso? Aurora Vergara no da una respuesta concreta y vuelve a recordar su mantra. Docente-Investigadora. Hace poco una de sus sobrinas, de siete años, (tiene dos, que son su debilidad), quiso saber qué clase de operaciones matemáticas estaba haciendo con esos números en el vidrio de su casa. La Ministra le explicó que no eran operaciones, sino un proyecto de vida.

-¿Es decir que si lo planeas bien podemos ir dos meses de vacaciones a la playa? –le preguntó, soñando con que su tía tenga por fin tiempo libre.

–Es un buen punto –le respondió Vergara. 

Dice que lo va a considerar. 

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