Iosi, el espía arrepentido: la nueva vida en la clandestinidad y los ...
Buenos Aires, otoño de 1994. En su oficina de la Organización Sionista Argentina (OSA), el director Itzik Horn deja dos copias del croquis del edificio de la Asociación Mutual Judía Argentina (AMIA) en donde mudarán sus oficinas. José Pérez, el secretario de Actas de OSA y también agente de inteligencia infiltrado de la Policía Federal, se lleva discretamente una de las copias. La primera semana de julio, Pérez visita con Itzik el edificio de la AMIA en pleno Once, el barrio judío de la ciudad, para monitorear la obra de las nuevas oficinas de OSA y luego viaja a Basabilvaso, un pueblo de la provincia céntrica de Entre Rios. El 18 de julio ve por casualidad en el canal de noticias Crónica uno de sus títulos catástrofe: “Volaron la AMIA”.
En el mayor ataque contra una sede judía desde el fin de la Shoá mueren 85 personas y 300 son heridas. Pérez teme por la vida de su esposa, una maestra de hebreo y activista comunitaria que había trabajado como secetaria en la embajada de Israel, porque ese día debe buscar en AMIA un material didáctico, pero la localiza en su casa antes de salir. Después de unir los 300 kilómetros que separan Basabilvaso de la capital argentina, Pérez ve cuerpos deflagrados en la morgue y a los días se integra al grupo de élite creado para defender a la comunidad de un nuevo ataque en el país de América Latina con mayor cantidad de judíos.
Pérez lleva nueve años de activa vida comunitaria, casi el mismo que registra como agente de inteligencia infiltrado. Ha entregado información de personas e instituciones de la colectividad, el croquis y toda la información que ha recabado sobre la principal mutual del país, según su propio testimonio. Desde el atentado a la AMIA, del que este jueves se cumplen 30 años, empezó a sentir una culpa insoportable por haber filtrado material que pudo haber sido uno de los insumos para el ataque y también a la voladura de la embajada israelí en Buenos Aires, en marzo de 1992: 22 personas fueron asesinadas y más de 240 resultaron heridas. Tanto en la embajada como en la AMIA Pérez suministró las características del edificio, las formas de acceso, los horarios, los sistemas de seguridad, los puntos débiles, las formas de entrar y salir sin ser advertido.
Aunque por dos décadas consideró dar testimonio sobre su infiltración y la información que proveyó, no lo hizo por su desconfianza a las autoridades judiciales que llevaron adelante la investigación y sus propias demoras. En julio de 2014, el periodista Gabriel Levinas reveló la identidad de Pérez contra su voluntad y el espía debió declarar presuroso ante el fiscal Alberto Nisman que investigaba el atentado. Inmediatamente entró en un programa de testigo protegido durante casi una década. En esa nueva vida vio la serie de Amazon que lleva su nombre -Iosi, el espía arrepentido- que es una versión muy libre y ficcionalizada de su periplo personal y profesional.
En diciembre de 2023, Pérez decidió salir del programa de protección de testigos, según contaron allegados suyos y confirmaron fuentes del programa. Pérez sostuvo que con la asunción de Javier Milei, un anarco-capitalista alineado con Estados Unidos, la política de Seguridad había producido el regreso de los que él llama los horribles y los que lo presionaron para que no volviera a declarar en contra de la Policía Federal. Desde entonces vive absolutamente aislado en la clandestinidad , devorado por la paranoia y el miedo de que lo ejecuten.
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Fundada en 1880, la Policia de la ciudad de Buenos Aires cambió a su nomenclatura actual -Policía Federal- en 1943 y albergó durante el siglo XX episodios de antisemitismo comunes a todas las fuerza de seguridad de la Argentina. La representación de la comunidad judía en cargos jerárquicos sigue siendo menor en relación a la representación de la comunidad en la vida política, social y cultural del país.
En 1985, Pérez, hijo de un marinero y de una ama de casa de una familia de clase media porteña, entró con 23 años a la Policía. Como parte de los contenidos que se dictaban en la escuela de inteligencia en la que estudió cinco años, conoció el plan Andinia, una leyenda antisemita del supuesto plan de los judíos para quedarse con la vasta Patagonia del sur del país y fundar un nuevo Estado. Pérez convivió con el antisemitismo de profesores e incluso de sus compañeros.
Al comienzo de su carrera, su manipuladora, una curiosa manera de llamar a la oficial a quien reportaba, le preguntó si se animaba a infiltrarse en grupos universitarios sionistas. Pérez veía en su piel la de los sefardíes arquetípicos y aventuró que su nariz y la boca de labios gruesos harían que lo viesen como nacido en Israel. Se propuso estudiar la religión, la cultura y las tradiciones judías y con el tiempo empezó a dominar el hebreo. Consignó por escrito la instrucción precisa de sus superiores en Iosi, el espía arrepentido (Sudamericana, 2015), el libro de los periodistas Horacio Lutzky y Miriam Lewin. “Todas las actividades de sus agrupaciones y dirigentes debían ser reportadas… lo escencial era llegar a descubrir cómo se organizaban los judíos para concretar el proyecto de conquistar parte del suelo argentino y convertir la Patagonia en uno más de sus dominios, como advertía el plan Andinia”.
Empezó por Hebraica, un club judío laico, al que pudo entrar sin dificultad. Mantuvo el apellido Pérez y contaba que su madre era judía, de apellido Jacob. Al poco tiempo entró a Játiva, un grupo juvenil de derecha. En una de las actividades de Játiva, en la que participaron grupos de jóvenes y agrupaciones sionistas de América Latina, Pérez consiguió tener una llave de la AMIA, ocho años antes del atentado.
Pasó, sin transiciones, a grupos de judíos progresistas que se reunían en el barrio de Once. En Tzvata (Juntos en hebreo) uno de sus laderos, Andy Faur, era un activo dirigente comunitario de organizaciones progresistas.
—Iosi era una buena persona: reservada, dedicada, agradable, sociable—cuenta Faur desde su casa de Jerusalén donde trabaja como sociólogo y educador— Sabía bastante de Israel, de personas e instituciones judías de la Argentina y podía mantener una conversación sobre esos temas. Él quería integrarse a la comunidad. Decía que trabajaba en la confitería Los Dos Chinos como administrativo, pero nunca lo visité a su trabajo.
El día del atentado en la embajada de Israel, Faur llegó corriendo a la sede y se encontró con Pérez. “Rescatamos heridos y, especialmente, juntábamos papeles en bolsas para llevarlas al equipo de seguridad de la embajada”, recuerda. Desde entonces, Pérez se puso muy estricto con la seguridad de Tzvata. Pidió cambiar el frente del edificio porque consideraba inconveniente el exceso de vidrios. “Se convirtió en una persona de confianza para todos”, cuenta Faur.
Mientras crecía su ascendencia en la comunidad, Pérez empezó a sentirse observado por la Policía Federal y creyó que lo veían como un posible doble agente. Al poco tiempo, en El informador público, una revista periodística hecha con abundante información de los servicios de inteligencia, se publicó un reporte suyo sobre una reunión de la embajada de Israel en la que se había decidido tomar más medidas de seguridad. La filtración lo ponía en peligro y, según su versión, pidió su baja en la Policía. Pero no la aceptaron.
Rescatistas buscan entre los escombros tras el atentado de la Asociación Mutual Judía Argentina en Buenos Aires, el 18 de julio de 1994.APLa relación de Pérez con sus superiores continuó resintiéndose, especialmente después del atentado a la AMIA y de que Pérez se integrara a los grupos de defensa de la comunidad. “Mis jefes empezaron a sospechar cuando me pidieron apellidos, lugares de entrenamientos y contesté con evasivas. Me ralearon, me destinaron a tareas burocráticas, empecé a temer que me mataran”, contó en Iosi, el espía arrepentido. Grabó un video en el que responsabilizaba a la Policía Federal en caso de que apareciera asesinado y guardó evidencias de su trabajo: documentos, credenciales y todo lo que probaba su pertenencia a la institución.
La vida de Pérez, de todas maneras, estaba muy alejada de las partes ficcionalizadas de la serie en la que es el asistente de un traficante de armas, participa en acciones armadas, dispara, resiste torturas, resuelve secuestros, participa de persecuciones frenéticas. Pérez tuvo una etapa de burócrata más bien gris de la inteligencia argentina. Desde 1997 y hasta 2008, cuando ya no estaba infiltrado en la colectividad judía, fue relocalizado en Entre Ríos y eligió Paraná para estar cerca de sus padres. Trabajaba de once de la noche a siete de la mañana y cada día tomaba un bus que recorría 600 kilómetros de ida y de vuelta al campo familiar. A uno de sus superiores le hizo un trabajo extra: espió a la esposa porque sospechaba que tenía un amante. La descubrió, le sacó fotos y desde ahí empezaron a hacerse más amigos. Su trabajo en la noche era, en cambio, leer papeles y expedientes.
Cuando en 2010 Nilda Garré asumió como ministra de Seguridad de Cristina Fernández de Kirchner, se reunió varias veces con Pérez para sacarlo del ostracismo. Garré consideraba importante el testimonio de Pérez para echar luz en la investigación de los atentados -al que llama fraude nacional-, pero no pudo concretarlo. En una entrevista para este artículo, Garré recuerda que de esos encuentros le quedó una idea incómoda: que Pérez podría ser doble agente. Que trabajaba para la Policía Federal y que anhelaba hacerlo para Israel o ya lo hacía.
Ante un pedido formal de EL PAÍS a la Policía Federal para conocer la versión del caso, la División de Imágen Institucional pidió un cuestionario que incluía la siguientes preguntas. ¿Es cierto que Pérez integraba la Policía Federal Argentina? ¿Es cierto que sus superiores le pidieron infiltrarse en la comunidad judía y que desde entonces, 1985, y por 15 años dio información regular a sus superiores? ¿Es cierto que proveyó un croquis del edificio de la AMIA a sus superiores semanas antes del ataque terrorista de 1994? “Lamentamos informarte que en esta oportunidad no será posible brindar y /o responder dicha información, ya que es de carácter sensible”, fue la respuesta.
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Horacio Lutzky, abogado y periodista, dirigía Nueva Sión, un semanario progresista fundado en 1948, cuando voló la AMIA. Con el correr de los meses, Lutzky empezó a impugnar severamente a la conducción de la comunidad judía argentina por complicidad con la impunidad de los atentados, el desvío de la investigación y el ocultamiento de la pista policial. En base al expediente cuenta que el día del atentado el policía a cargo de la seguridad de la embajada de Israel se fue antes de la llegada de su relevo, que a su vez no cumplió con el horario. Y que fiscales y jueces no le prestaron suficiente atención al helicóptero policial que sobrevoló la AMIA la noche anterior al atentado. Lutzky, autor de Brindando sobre los escombros (Sudamericana, 2012), concluyó que hubo una zona liberada de la Policía Federal, es decir que dejó de controlar y vigilar para que actuaran otros.
En febrero de 2000, el asistente de Lutzky le dijo que su ex esposo quería reunirse con él.
—No soy quién pensas—le dijo Pérez en el primer encuentro, según recuerda el entonces director de Nueva Sión.
En una primera etapa, Lutzky y Pérez se reunían secretamente y el espía le fue contando algunos detalles de su trabajo, pero sin ninguna voluntad de declarar ante la Justicia. El juez a cargo de la causa AMIA, José Luis Galeano, siguió la tesis de la camioneta en la que participó Carlos Telleldín, un reducidor de autos robados e hijo de un policía antisemita, quien supuestamente había entregado el vehículo a los autores. El secretario del juzgado de Galeano Claudio Lifchitz denunció que le pagó un soborno de 400.000 dólares a Telleldín para que acusara a un policía de la Provincia de Buenos Aires de haberse llevado la camioneta como parte de una serie de escandalosas irregularidades.
La justicia argentina ha dictaminado la responsabilidad de Irán en el atentado, pero nunca arrestó ni juzgó a sus autores y la Corte Interamericana de Derechos Humanos acaba de condenar al Estado Argentino por la falta de verdad y justicia sobre el atentado y su encubrimiento. Los que tuvieron condenas de cárcel fueron el propio Galeano y los fiscales que llevaron la causa original. Enviado por la AMIA a la audiencias y el juicio, Lutzky concluyó que Pérez “era la muestra viviente y oculta del espionaje de fuerzas de seguridad e inteligencia sobre las instituciones judías antes del atentado a la AMIA”.
En agosto de 2002, Pérez pidió un encuentro con Miriam Lewin, periodista del programa de TV Telenoche investiga. Le contó que lo torturaban los remordimientos.
—Creo que, sin saberlo, pude haber contribuido a los atentados—dijo y quebró en llanto, recuerda Lewin.
Se reunieron en muchos lugares distintos durante muchos meses. Pérez cambiaba su apariencia: a veces llegaba rapado, otras veces con barba, con anteojos, con patillas más largas, con bigotes, con pelo teñido.
Pérez decidió presentarle a Lutzky y desde entonces empezaron a actuar en tándem. En una fecha imprecisa de 2004, Lutzky y Lewin se encontraron con la senadora Cristina Fernández de Kirchner. La luego dos veces presidenta (2007-2015) les sugirió, según la versión de los periodistas, declarar ante el fiscal Nisman porque le habían dado respaldo político y recursos para avanzar en la investigación. Como Pérez no tenía confianza en Nisman, Kirchner los mandó a hablar con Jaime Stiuso, el controversial hombre fuerte de los servicios de inteligencia del Estado. No avanzaron tampoco porque lo consideraban poco confiable.
Agotadas las posibilidades de declarar ante la justicia argentina, el tridente empezó a pensar en contar la historia a través de un documental en el exterior que le permitiera a Pérez vivir en otro país por al menos un semestre. Lewin contactó a su íntimo amigo el periodista Gabriel Levinas, que había escrito un libro sobre el atentado de la AMIA y contratado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), la principal entidad judía, para auditar la investigación judicial. Levinas tenía contactos en el American Jewish Committee (AJC) y podía facilitar una declaración de Pérez en el exterior y su eventual mudanza. Levinas y Lewin, según la versión de ambos, se reunieron con una enviada de AJC, Dina Siegel, a cargo de los asuntos latinoamericanos, y su abogado y luego con el abogado y los dos empresarios argentinos que aportarían los 30.000 dólares que necesitaban reunir para financiar el semestre de Pérez en el exterior. Finalmente la AJC no dio el visto bueno y quedó en la nada, según la versión de Levinas y Lewin por separado.
Fotograma de un video de los rescates en la Asociación Mutual Judía Argentina, el 18 de julio de 1994.APExisten dos versiones sobre lo que sucedió después. Según Pérez, Lewin y Lutzky, el espía aceptó una entrevista grabada con Levinas como resguardo de toda la información, pero no para que se hiciera pública, y este los traicionó.
Levinas da una versión opuesta: “Yo soy periodista y lo grabé con una cámara así de grande [hace el gesto de sostener un gato con sus manos]. Es la palabra mía contra la de ellos. Yo decidí incluir eso en la reedición de La Ley bajo los escombros por las demoras de Iosi y porque ya había pasado demasiado tiempo. También podía estar diciendo eso para cubrirse. No dejaba de ser un delito: un infiltrado en la comunidad judía que había pasado planos de la AMIA. Él es un potencial cómplice del atentado”.
En una entrevista en su casa del Once, a pocas cuadras de la AMIA, Levinas saca un pen drive y abre su computadora portátil. En la cinta, Pérez, algo menudo y con camisa a cuadros, evoca su interés de juventud por los aviones y su anhelo de entrar a la Fuerza Aérea. Cuenta los años de infiltración sin dejar de fumar un cigarrito negro. En la nueva edición de su libro Levinas reconoce que “decidió publicar unilateralmente” fragmentos de esa entrevista que luego amplificaría en la difusión de La Ley bajo los escombros.
Antes del lanzamiento, Lutzky se reunió con el subsecretario de Política Criminal, Juan Martín Mena, para advertirle del caso y pedirle que Pérez ingresara al programa de protección de testigos una vez que se conociera la historia. Mena, según su versión, puso como condición que declarara en la causa AMIA a cargo de Nisman, aunque en un principio desconfió de la verosimilitud de lo que contaba.
El primer viernes de julio, con un adelanto de los contenidos del libro publicados en el diario La Nación, Pérez se presentó en carácter de urgente en la fiscalía de Nisman. En una hora y media, un tiempo demasiado corto para la relevancia de la testimonial, lo despacharon y sus palabras cupieron en 10 carillas.
Al caer la tarde de ese mismo día, Pérez se presentó en el programa de protección de testigos con el pedido de Nisman para integrarse. Su responsable, Darío Díaz, alertó a Mena de la gravedad e importancia del testimonio. Mena le pidió pruebas de que acreditara su afiliación en la Policía Federal y le dio un carnet que parecía falsificado. Tarde en la noche, Mena consiguió el teléfono de un responsable de Inteligencia de la Policía y lo llamó. Cuando le preguntó, por sí o por no, si José Pérez era integrante de la Policía Federal, el oficial no respondió. Se hizo un silencio que Mena leyó como una confirmación.
Pérez se quedó hasta las seis de la mañana en esa dependencia del Estado. Declaraba, lloraba, declaraba, lloraba y pedía evitar que se conociera el video de Levinas. Debía olvidarse de su vida anterior sin la posibilidad de despedirse de nadie. Metió lo que pudo en una valija y un bolso y entregó el resto, incluido el lavarropas, televisor, heladera.
Nisman no lo citó nuevamente a declarar. Su investigación estaba orientada a la pista iraní y a denunciar al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner por el presunto encubrimiento de Irán en el atentado. Seis meses después la denunció por traición a la patria y el fin de semana previo a dar testimonio en el Congreso de la Nación apareció muerto en su departamento. Aunque la justicia dictaminó que se trató de un homicidio, nunca se hallaron los responsables ni pruebas contudentes, lo que habilitó la hipótesis del suicidio.
Después de declarar ante Nisman, Perez se fue a vivir con su novia en los límites de un pueblo no identificado. Se instaló cerca de un río. Perfeccionaba su ruso y alemán y recorría las tres o cuatro confiterías del pueblo. Evitaba los lugares con cámaras de seguridad. No portaba armas y confiaba en lo que había aprendido en un curso antisecuestro dictado por fuerzas israelíes. Luego decidió mudarse a la costa atlántica y se compró una pitbull. En otro pueblo inició un un tratamiento psicológico bajo el paraguas del programa, pero la profesional en salud mental contó historias de su paciente y debió marcharse.
Su hijo y la novia de su hijo debieron entrar al programa y cambiaron de ciudad de residencia, trabajo, amigos. La relación de padre e hijo se resintió. El espía vivía con mucha culpa la vida que le había dado. No pudo acompañar a su propio padre, que tenía un recién detectado Alzheimer y murió al poco tiempo.
Desde el día que Levinas reveló la historia de Pérez centenas de integrantes de la comunidad se anoticiaron que había contado secretos: los comunitarios y los personales de muchos de ellos.
—Cuando supe de la noticia sentí, primero, una gran tristeza porque le tenía afecto a él y a su pareja. Y también sentí enojo porque se trató, ni más ni menos, que de una traición.
Mauricio Balter, el rabino con quien Pérez inició su conversión al judaísmo, habla con EL PAÍS desde su oficina en Jerusalén del director ejecutivo de la organización conservadora Masorti Olami y Mercaz Olami. Conoció a Pérez en el templo de la calle Pavón, en Flores, un barrio de clase media baja en el oeste de la ciudad de Buenos Aires en el que se había criado el espía. Durante todo 1991, Balter lo vió dos veces por semana: en la reunión del grupo de estudio y por shabat. Pérez, a los ojos del rabino, estaba muy integrado a la comunidad.
—José, a lo largo de ese año, decía lo justo. Hablaba poco, pero lo que hablaba era meditado. No era carismático y expansivo. Durante 41 años de rabino algunas de las personas que habían pedido convertirse al judaísmo me generaron dudas, sospechas y por eso no avancé con ellos. Pero José, en cambio, no me despertó ninguna sospecha.
Hay algo de tristeza en el tono de Balter.
Un hombre camina junto a un memorial de las víctimas del atentado, en Buenos Aires, en 2013. Victor R. Caivano (AP)—Él se inflitró pensando que la amenaza éramos nosotros, los judíos, y luego se dio cuenta de que la amenaza eran los otros; los que lo habían mandado a espiarnos eran los peligrosos.
Peréz nunca terminó la conversión. Ha dicho que no pudo afrontar los gastos económicos de la circuncisión y su vida, desde el atentado a la embajada de Israel, se tornó imposible.
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En diciembre de 2023, cuando abandonó el programa de protección de testigos, Pérez le contó a sus interlocutores del ministerio de Justicia que durante la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019) había recibido presiones de la dirección del Programa para no continuar hablando sobre la Policía Federal. Con Milei presidente volvía al cargo la misma ministra de entonces, Patricia Bullrich, y un grupo de asesores que le generaban gran desconfianza: el programa de testigos exige tener un celular prendido y una serie de controles adicionales a los que quería renunciar. Aunque en la historia parece al cobijo del kirchnerismo, Pérez no tiene simpatías por el peronismo ni por la izquierda y los que lo han tratado todos estos años lo ubican como el votante de la socialdemócrata Unión Cívica Radical.
Desde la salida del programa de protección ya no tiene seguro médico. Quienes lo vieron desde entonces notaron desmejoras en su salud. Le han suplicado que se marche de Argentina.
Una de las ocupaciones de Pérez es avanzar con la demanda contra Levinas, que estuvo varios años parada y acaba de ser abierta a prueba por pedido de su abogado, Lutzky. Le reclama un importante resarcimiento económico por el forzado aislamiento, los daños al hijo y la novia, la sanción que terminó con su carrera en la Policía (en marzo de 2017 lo pasaron a retiro obligatorio) y por ver expuesta su imagen en medios masivos.
Pérez, según consta en la demanda, ha padecido ataques de pánico, palpitaciones, fobias, insomnio, pensamientos destructivos, paranoia y una diversa sintomatología que, dice la demanda, “excede las posibilidades de este escrito”. Levinas sostiene que no hay chance de que avance esa causa porque sería un atentado contra la libertad de expresión.
En la clandestinidad en la que vive, Pérez ha vuelto sobre la culpa. Ni el libro ni la serie mitigaron ese sentimiento. Cada vez que recuerda situaciones se pierde en la tristeza y el llanto. Le gustaría reencontrarse con el rabino que inició su conversión y unos pocos amigos. Con el resto de los integrantes le costaría, aunque cree que los cuidó.
Se reconoce como judío y sionista y mantiene algunos rituales religiosos. Vivió el 7 de octubre con mucha furia por el ataque terrorista de Hamas y se ha preguntado insistentemente sobre las fallas en los controles de seguridad de Israel.
Horn, el director de OAS a quien le robó el croquis de la AMIA, recuerda ese episodio en mensajes de audio durante los primeros días de junio. Ubica la responsabilidad en la infiltración en los dirigentes del grupo al que pertenecía, como parte de los reflejos de una vida como dirigente comunitario. Ponderó las destrezas de Pérez para organizar la seguridad de los actos en los días que se celebraba el día del nacimiento de Israel.
Pregunta. ¿Es posibe ser judío o seguir en la conversión después de lo que le hizo a la comunidad?
Respuesta. La verdad, lo que él siente, no es mi problema. En todo caso su conciencia le dictará el camino, y preferiría no encontrarlo.
Horn vive en Ascalón, a unos 50 kilómetros de Tel Aviv. Tiene a dos de sus hijos secuestrados por Hamas desde el 7 de octubre. Su vida es encontrarlos a ellos.
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