La opinión secreta de Mussolini sobre Hitler: «Es un idiota y un ...

9 May 2023

El profesor Antonio Scurati desgrana en su nueva novela histórica el extraño viaje de un 'Duce' contrario al nazismo hacia el conflicto que asoló Europa La excepción de Rusia: ¿por qué el Kremlin celebra el desfile del Día de la Victoria sobre Hitler el 9 de mayo?

Scurati, durante la entrevista en la capital

Scurati, durante la entrevista en la capital ISABEL PERMUY
Manuel P. Villatoro

Cronos ha sido benévolo con Antonio Scurati (Nápoles, 1969). Desde que arrancara en 2020 el proyecto de recrear la vida política de Benito Mussolini en tres novelas históricas, el profesor de Literatura Contemporánea en el IULM de Milán ha rejuvenecido. Aunque él rehúye el halago: «¡He envejecido mucho!». Lo que sí admite es haber ganado en sabiduría; en parte, por las bofetadas que le ha dado la vida estos últimos años. Su visión rompedora sobre el 'Duce', al que define como un Judas que se adaptó a las políticas raciales nazis, y su controvertida convicción de que el fascismo late todavía en el corazón de Italia le han granjeado más disgustos que alegrías. «La herencia del dictador está muy viva en mi país», asegura a ABC.

El autor, que presenta en Madrid 'M. Los últimos días de Europa' (Alfaguara), es polémico en su tierra. La campaña electoral del pasado verano no le sentó muy bien. Concedió entrevistas a diestro y siniestro, pero se convirtió en el centro de las miradas cuando hizo referencia a la victoria «de un nuevo tipo de fascismo» y clamó por «huir de su normalización». Unos le acusaron de exagerar; otros, de tener «premisas muy radicales».

Parece que ha aprendido la lección, porque, tras juguetear con un vaso de agua, da un giro a la conversación: «¿No veníamos a hablar de historia?». Y, sin dar tiempo a la siguiente pregunta, con garbo napolitano, enarbola el palo del guiñol contra Mussolini: «Entró en la Segunda Guerra Mundial por muchas razones, y todas ellas erróneas».

Extraña evolución

Scurati comenzó su aventura literaria con el ascenso de Mussolini y del fascismo ('M. El hijo del siglo') y la continuó con la consolidación del dictador en los años veinte ('M. El hombre de la providencia'). El siguiente paso, el natural, era zambullirse hasta las rodillas en el camino hacia el conflicto que desangró el mundo. Y lo cierto es que su premisa sorprende en una Europa acostumbrada al maniqueísmo: «La realidad es que los italianos no querían luchar al lado de los alemanes de ninguna manera. Eran sus enemigos históricos desde la Primera Guerra Mundial y les despertaban recelos y desconfianza». El pueblo llano, insiste el profesor sin caer en la justificación, tampoco era partidario del racismo exacerbado que destilaba el Tercer Reich.

Mussolini, que de tonto no tenía un pelo, lo sabía. De hecho, criticó durante años al 'Führer' en público y en privado para ganarse el favor de sus compatriotas. «Conozco a Hitler. Es un idiota y un sinvergüenza fanático. Cuando ya no quede ningún rastro de él, los judíos seguirán siendo un gran pueblo. Lo suyo es una farsa destinada a durar unos años», admitió en 1934. Scurati es partidario de que el dictador italiano supo ver «el lado luciferino, aterrador y de loco» de su colega. Ya por entonces, sus seguidores entendían el poder devastador que estaba integrado en el nazismo.

Para colmo, el 'Duce' rehuía en principio la guerra porque sabía que el país no estaba preparado ni moral ni militarmente para ella. «Carecían de divisiones acorazadas, el arma diferenciadora, y de combustible para nutrirlas», sentencia.

El 'Duce' jugó sus cartas, y lo hizo a mil bandas. En los Acuerdos de Múnich, orquestados para solventar la crisis de los Sudetes, se presentó como el adalid de la paz, calmó a Hitler y evitó la guerra. Su pueblo le recibió por ello con loas. Pero, sabedor del poder alemán, hizo concesiones al 'Führer' como la aprobación de unas leyes raciales que le contrariaban y en las que no creía: «Este hombre vacío, sin convicciones propias, adoptó las ideas y las políticas según la conveniencia del momento. Eso le hizo incluso más culpable que un antisemita convencido. En septiembre de 1938 aprobó la legislación más despiadada de Europa incluyendo la alemana, y lo hizo por mero oportunismo». Hete aquí el argumento más controvertido de la obra.

Putin y Rusia

Al final, Mussolini quiso evitar que Italia quedase en segundo plano. Tras la anexión de Austria y el paseo militar a través de Polonia y Francia, vislumbró la posible victoria alemana y eligió bando. Lo hizo a pesar de que, según Scurati, carecía de ideas férreas; pero también porque le estremecía pensar en el poderío de los panzer: «La realidad es que tenía miedo a enfrentarse a Hitler».

La última pieza del dominó fue mantener la cortina de humo que había levantado durante veinte años. «Influyó el componente psicológico del orgullo herido, del narcisismo y del egocentrismo frustrado. No quería reconocer la impotencia de Italia. Por eso, cuando tuvo que decidirse entre retórica y realidad, volvió a escoger la retórica». El problema es que, un suspiro después, la realidad volvió a buscarle.

Hitler y Mussolini, en mayo de 1938

Hitler y Mussolini, en mayo de 1938 ABC

Su par, Hitler, no queda exento de culpa, pues se dejó cautivar por la seguridad hueca de alinearse con un país que consideraba a la cabeza de Europa. «No sabía que era una potencia tan débil. Para él, Italia era clave. Si no hubiera encontrado un aliado en Mussolini, no se habría embarcado en la guerra», completa. El problema es que al 'Duce', el gran faro del fascismo al que el 'Führer' veneraba antes del conflicto, le fue imposible mantener la farsa durante mucho tiempo. El error, esgrime Scurati, es similar al que ha cometido hoy Vladimir Putin: «Rusia ha buscado aliados de forma desesperada y se ha apoyado en China. Lo que no había calculado es que eso le convertiría en un subalterno del gobierno de Pekín. Es una consecuencia terrible que ha condenado al pueblo ruso».

Scurati se queda pensativo. De la nada, y tan directo como cuando carga contra Giorgia Meloni, afirma que está agotado. Ofrece una pregunta más. «¿Cuál es la cuestión que más le cuesta responder?». «Siempre me piden consejos para evitar que todo esto vuelva a ocurrir. Y los desconozco», finaliza. No se puede saber todo.

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