¿Qué nombre merece el 12 de octubre?

9 Oct 2023
12 de octubre

La izquierda, la resentida de siempre, busca rebautizar la próxima fecha del descubrimiento de América como Día de la Resistencia Indígena. ¡A la basura!, dice, el nombre tradicional de Día de la Hispanidad o Día de la Raza; ¡a la basura! las estatuas de Colón, el desgraciado almirante que trajo a la América virgen su capítulo nefasto. Las premisas que alimentan sus fobias son dos: que hubo una gran resistencia indígena y que hubiese sido mejor que esta venciese a España pues lo que esta trajo fue expoliación y sufrimiento.

Ambas son falsas. La pretendida resistencia ignora que millares de indios se aliaron con los españoles para librarse de otros indios, como ocurrió con los tlaxcaltecas que se aliaron con Cortés para derrocar a los aztecas. Por otra parte, no hubo, salvo contadas excepciones, gran resistencia indígena. De otra forma no se explica cómo un puñado de españoles, solo armados de espadas y algunos arcabuces inexactos y lentos, pudieron imponerse tan rápido sobre millones de nativos. La otra premisa es tan frágil que basta una pregunta para fracturarla: ¿hubiese sido mejor el destino de los indios si su resistencia hubiese triunfado sobre el imperio español?

Es cierto que, aunque algunas sociedades indígenas construyeron edificaciones notables            —aunque nunca comparables con las magníficas catedrales de Europa— la vida de los aborígenes tenía aspectos terribles. Solo imagínese el lector la escena: algunos siglos más con los aztecas incursionando en las tribus de la periferia para llevar a sus horrorizados cautivos a los horrendos sacrificios humanos, el miedo constante a dioses impredecibles sedientos de sacrificios, las crónicas guerras intertribales y la constante inseguridad. Tampoco eran las suyas sociedades igualitarias libres de explotación. Sus jefes solían tener ejércitos de siervos y esclavos. Aún más, y aunque duela reconocerlo, varias de las tribus centroamericanas eran caníbales. Con el agravante de la improbabilidad de cambiar, porque, como señalaría Paul Westheim, la aspiración de las sociedades precolombinas era “conservar rigurosamente el orden viejo y eterno”.

La llegada de los españoles significó para este mundo indígena la fortuna de ser conquistado por la civilización más avanzada del planeta —la occidental cristiana— con su extraordinario bagaje cultural y bienes inapreciables como el racionalismo, la escritura, las ciencias, las artes, y el más grande de todos: el cristianismo. Es obvio que para cualquier convencido de que Cristo es Dios encarnado esto fue, y con mucho, la mayor bendición del descubrimiento. Pero incluso muchos no creyentes —Mario Vargas Llosa entre ellos— coinciden en que la fe cristiana tuvo un notable impacto civilizador.

Es cierto que, como en toda empresa humana, el egoísmo innato de la naturaleza humana causó graves atropellos, al punto que algunos conquistadores, como los Contreras de Nicaragua, quisieron esclavizar indios. Pero vino también un gran freno: la acción de la Iglesia católica y de la corona que, con respaldo pontificio, prohibió esclavizarlos y aseguró la protección de sus derechos comunales. A lo que se agrega otro dato irrefutable: que la inmensa mayoría de los nativos aceptaron de buena gana la fe católica. Decisivamente porque a indios imbuidos de religiones pródigas en dioses crueles y voraces, los misioneros les hablaban de un Dios amor que había muerto por ellos y por la aparición de la Virgen de Guadalupe.

Tanto arraigó el cristianismo en las masas que cuando el presidente mejicano Calles quiso suprimir el culto católico en los años veinte del siglo pasado, fueron millares indios los que se levantaron en armas produciendo la gran rebelión cristera. Finalmente, y para mayor ridículo del mito izquierdista, no fueron los indios quienes protagonizaron las luchas para independizarse de España sino principalmente los criollos —Bolívar entre ellos— y sectores mestizos.

Sea pues celebrado el 12 de octubre, no porque los indios hayan resistido la implantación de una nueva civilización y la luz del cristianismo, sino porque la abrazaron, creando, en palabras de Darío, la nueva raza, hija de la Hispania fecunda, que reza a Jesucristo y habla español. Para quienes niegan esta proeza y pretenden derribar las estatuas de Colón vale repetirles las palabras del poeta: “Abominad las manos que apedrean ruinas ilustres”.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

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